En Colombia late un madridismo palpitante, lleno de talento. James es su alegoría, la representación física de esa visceralidad positiva, de esa pasión tan emocional como racional que el Madrid despierta en aquella esquina tropical que Los Andes le deja a Sudamérica entre el Caribe y el Pacífico. James es un trescuartista pinturero que tiene una zurda primorosa, como todos los zurdos. O eso es lo que parece viéndolo en Youtube. La segunda década del nuevo siglo nos ha descubierto una nueva forma de ver el fútbol: los skills. Fulanito Skills Remix 2014. Tecleas esto en el buscador y en 5 minutos puedes hacerte una idea de cómo juega el nuevo virguero del equipo. Mi viaje iniciático en los skills youtuberos lo hice con Di María: todavía sueño con la música bakala que acompañaba al vídeo, una ópera de Vivaldi pinchada por un DJ. Colombia es James y James es Colombia. Se pudo ver en el Bernabéu, donde 50.000 compatriotas abarrotaron las gradas. Es un país alegre, completamente vivo, que ha incubado un madridismo desacomplejado y combatiente. Ese madridismo encontró en Twitter un trampolín desde el que saltar al paseo de La Castellana, y es el botón de muestra más adecuado para exhibir la universalidad del club. La pax florentina, caída a plomo sobre la nación madridista tras el cuarto gol de Ronaldo en Lisboa, recupera la pulsión cósmica del primer Florentino sin la aceleración ansiolítica del Pérez post-Queiroz, pre y post-Mourinho. Se ha dado un capricho con James, que es un capricho en sí mismo, y la seguridad con la que sonríe el Faraón presentando sus nuevos cromos revela caminos intergalácticos entre Tannhaüser y Berlín que son una promesa de hegemonía para los madridistas. La gente anhela dinastía, sangre, dominio y fuego, y me imagino a Ancelotti viendo la presentación de James desde LA fumándose un puro y dibujando 4-3-3 asimétricos con las volutas del humo delante del camarero del hotel. James, por lo que dicen, habla el lenguaje de los finos estilistas zurdos que en el mundo fueron: mediapunta, fragilidad explosiva, imaginación hiperbólica y cierta tendencia a la irregularidad. Los colombianos abrazan ahora mismo el credo madridista en masa, con Florentino en el centro de Bogotá vestido con la casulla regando cabezas con agua bendita, hisopo en mano, transmutado en el cardenal Cisneros. El madridismo universal, vieja idea recuperada por la mercadotecnia de Pérez para convertir Asia, acude a Colombia atraído no por esa ingente cantidad de neos que dice mi amiga Fadui sino por el cierto, comprobado y genuino madridismo colombiano que, alejado de la pirotecnia china o japonesa, vuelca en cada partido sobre el charco que les separa del Bernabéu todo su amor incondicional. De manera que James, el príncipe caribeño, estatua de sal, descanso de Aquiles, requiebro imposible a la undécima noche berlinesa, ya está tumbado en medio del Atlántico como uno de esos puentes de acero de Calatrava, dejando a media Colombia en la entrada de Padre Damián.
Puente sobre el río Kwai
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