Madrid, 5 de julio de 2014.
En el día de hoy este humilde reportero comunica la felicísima notica urbi et orbi. Se ha descubierto la tumba de Cervantes. Los restos del fénix español de los ingenios han sido, por fin, hallados, tras varios meses de búsqueda incansable. Los arqueólogos y expertos forenses han sondeado las entrañas de esta madrileña iglesia de las Trinitarias durante arduas jornadas. Han removido cimientos, han excavado bajo atrios, coros y capillas, han atravesado innúmeras montañas de burocracia, y en la mañana de este caluroso día la caja que contiene los huesos del gran escritor complutense ha visto la luz finalmente. No sin intensas gestiones con la puerta principal del convento, este cronista pudo acceder a la cripta en la cual se halla el pequeño túmulo del ilustre escritor, gloria de las Españas, en el momento en que el jefe de los arqueólogos que trabajan en la búsqueda abrió el viejo ataúd y procedió a la comprobación de los restos. De esta manera, Defensa Siciliana se halló en disposición de un documento único, una primicia periodística de primer nivel. A continuación procederé a transcribir de manera fidedigna la conversación que se produjo entre el recién despertado don Miguel de Cervantes y los arqueólogos sus descubridores, todos muy asombrados de estar comunicándose en ese instante con el príncipe de las letras hispánicas, de cuerpo presente, sin hallarse presente en el lugar Iker Jiménez ni ningún otro de sus avezados investigadores de lo paranormal.
-Paréceme, señores, que han errado ustedes su camino.
-Pero, ¿quién habla, por Dios?
-Pues quién va a ser, caballeros. Don Miguel de Cervantes Saavedra. Para sevirle a Dios, al Rey y al Santo Oficio. ¿Acaso no saben ustedes leer?
-¿Esto es una broma?
-Voto a Dios que no. ¿A qué esta perturbación del sueño de un pobre hombre abandonado?
-Estábamos trabajando en su búsqueda, don Miguel.
-¿Mi búsqueda? ¿para qué me quieren?
-Llevamos años intentando encontrar sus restos. Es un proyecto muy celebrado.
-¿Es que nadie sabe que estoy aquí? ¿tan pocos fueron a mi entierro?
-Hay mucha confusión, como puede imaginarse.
-Sí. Puedo imaginarlo. Y díganme, entre todos los nichos que me acompañan aquí, ¿cómo han dado con el mío?
-El ADN, señor Cervantes. Es muy largo de explicar.
-Mira que dejé dicho que me escondieran bien. Ya ve usted, aquí debajo, despojado de toda mundanidad.
-Cierto es que el hábito franciscano lo tiene un poco raído.
-Qué pretenderá usted, con la humedad que hace aquí. ¿Sabe que estoy rodeado de riachuelos?
-Por supuesto. Tenemos máquinas muy potentes que nos permiten saber cómo es todo este terreno de alrededor. Se sorprendería usted.
-¡Vaya si lo hago! Que me chorreen como un negro si adivino que iban a encontrarme. Y cuénteme, que ya tengo curiosidad. ¿Cómo va todo por ahí arriba? ¿qué es una máquina?
-A qué se refiere, don Miguel. Han pasado muchas cosas en 300 y pico de años.
-¿Hemos conquistado ya Inglaterra?
-Bueno, no exactamente.
-¿Pero habremos metido fuego a Londres, por lo menos?
-Las cosas no salieron del todo así. Ya sabe usted que el Tercer Felipe no era como el Segundo, y que los ingleses lo fían largo.
-Ese rey, y se lo digo bajito para que no me oiga ningún corchete de los que anda por ahí todo el día metiendo las orejas en la que dice la gente, era un bala perdida desde muy niño, joven.
-Puede usted hablar con libertad, don Miguel. Eso también ha cambiado mucho.
-¡Cómo! Explíquese.
-Ya vamos por el Sexto Felipe, y es un rey constitucional.
-¿Un qué?
-Un rey que no reina. Ahora rigen las Cortes.
-Joven, acláreme eso.
-Ejem, don Miguel, ya sabe. Ahora el rey sanciona lo que los diputados deciden, y no al revés.
-Pero así y todo, tendrán que pasarle las leyes a los santos varones de la Iglesia nuestra señora, para que le pasen el cedazo como al trigo.
-¡Qué va! Ahora en España luce orgullosa la libertad de credo.
-¡Por los clavos de Cristo! ¿Y qué opinan de esto en Roma?
-Allí bastante tienen con un papa argentino.
-¿Argentino? Bien sé yo que todos desde San Pedro han sido así, que mucho gustan de la faltriquera prieta.
-No, esto, don Miguel: argentino de Argentina.
-¿Y eso dónde está? ¿en las Indias?
-Más o menos, sí.
-Que Dios me confunda aún más si entiendo algo. ¿Y cómo dice usted que se llama el nuevo rey? ¿Felipe Sexto?
-Así es.
-¿Y qué pasó con el Quinto?
-No quiera usted saberlo.
-Me ha despertado usted, tengo derecho a que responda a lo que se me antoje.
-Era francés.
-¿Cómo?
-Eso he dicho. Que Felipe Quinto era francés. Borbón, para más señas.
-¿Es que ahora reinan los borbones?
-Desde hace trescientos años, más o menos.
-¡Ya puede usted tapar, por la vida de mi rocín flaco!