La buena gente

Semana número 2

En esta semana apenas han pasado cosas. No me voy a extrañar, es Chipiona: aquí nunca pasa nada. De tanto no pasar nunca nada creo que la gente de aquí, la clase vital media, se ha mimetizado con el ambiente, haciéndose parte del atrezzo. Lo más importante, no obstante, es una ocurrencia mía con la que he pensado rellenar esto. Adquirir compromisos absurdos es mi especialidad y anunciar a los cuatro vientos que escribiré aquí cada semana, sin faltar, es una de esas responsabilidades estúpidas que contraigo sin parar, como un borracho social de esos que van invitando a todo el mundo: Gallu, a toda la barra. Que está pagau. Etcétera. El caso es, ¿por qué no platicar un poco de esa buena gente que nos rodea? Sí. Chipiona está llena de ella. Igual que casi toda Cádiz, y Andalucía. Y España entera, me atrevería a decir. Gente amable. Buena gente. Gente buena que está encantada de ser como es. Buena, claro. Naturalmente buena. Orgullosa de lo suyo, orfebres de lo nuestro, amantes del terruño y de la vida gongorina porque, ¿dónde se está mejor que aquí? Los Jonáses. Estamos rodeados de ellos. Se los traga la ballena y luego no hay quien los saque de dentro. ¿Para qué, con lo bien que se está? La gente buena, la buena gente, es esa que lleva toda la vida construyéndose una placenta gigante en torno a sí. Un ecosistema de plácida medianía, donde nunca pasa nada y mejor. Porque imagínate que pase algo un día. ¿Y si nos gusta? A veces me sorprendo deseando que un Godzilla asome un día por la playa de Regla y los engulla a todos. Sobre todo y especialmente a la gente buena. A la buena gente. Estaba pensando en eso cuando me invitaron hoy a una barbacoa. Es imposible sustraerse a ciertos compromisos sociales. De eso es de lo que se trata, imagino. De que no te sustraigas. La barbacoa es una de esas cadenas que te atan como a Prometeo en el monte. Una fartura repulsiva de carne y dulces, regadas las viandas todas con ingentes cantidades de cerveza y destilados. Cuando terminas, deseas ser de verdad Prometeo: el hígado te lo están comiendo igual la bandada esa de buitres y quebrantahuesos que se abaten sobre ti cuando vuelves de cualquier barbacoa. Son festines de cuervos donde lo que mide el éxito o el fracaso del anfitrión es el tiempo que tarda en encender la lumbre. Una vez cumplimentado este trámite enojoso, a disfrutar del becerro de oro asado en manteca. He estrenado este verano de 2014 con dos barbacoas en una semana. ¿Qué es lo que tienen los dioses contra mí?

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