Dietario del verano de 2014

Semana número 1:

Ha comenzado oficialmente el verano del año de nuestro señor (o mejor dicho, de Nuestrx Señorx, no nos vayan a tachar de fascistas heteropatriarcales hijos de puta) de 2104. Pensé en escribir alguna cosa veraniega, al uso de un diario o un compendio general y asimétrico de reflexiones estúpidas. ¿Cada cuánto actualizo? Primera tragedia. Resuelto: de finde en finde. Así es mejor. Cuando uno pasa de los veintitrés los veranos empiezan a ser cadenas de semanas inertes unidas por los fines de semana. Por los sábados, quiero decir. El sábado es la síntesis del verano, el resto es elipsis. Luego resultó que el problema era el título. Reflexiones de un hombre atribulado era demasiado tonto. Diario del verano de la peste, no, que me denuncia Arcadi Espada. Rambo, Acorralado, muy pretencioso. Ya está: dietario. Y al carajo. Disueltas las incógnitas, hago las presentaciones y me voy, que ustedes querrán perder el tiempo en cualquier otra parte. Vivo en Chipiona. Chipiona es un lugar feo, sucio y destartalado. Para ser un destino que pretende ser turístico, está muy descuidado, innoblemente desaprovechado y apesta como un estercolero. Además está en un accidente geográfico que bien parece una coña de Estrabón: a desmano de todas partes, para entrar y salir de aquí hay que invocar tres veces al rey Argantonio con un billete de Los Amarillos en una mano y unas tijeras en la otra. Podría adornarlo todo diciendo que este pueblo es una suerte de Caribe gaditano, y que hay que ver la mala suerte que tenéis todos que no habéis nacido aquí y no compartís cementerio con la estatua de la Más Grande y qué me importa a mí lo que haya más allá de la carretera de Sanlúcar si esto es el World Trade Center y déjame ya de rollos, quillo, y pónme otra cruzcampo bien fresquita. Pero para eso ya hay gente de sobra dispuesta a hacer el papel de Pemán sin gracia. El rol de aldeano encantado de haberse conocido está muy cotizado en Andalucía, y Chipiona es como una Sodoma minúscula que reproduce todos los pecados a escala 1:100000: cualquier día me levanto y me veo a los Coen rodando planos secuencias en mi calle. Esto es un pueblo de diecisietemil habitantes que en tres meses quintuplica su población. Esto quiere decir, naturalmente, que también quintuplica todo lo defectuoso. Cinco veces más mierda, cinco veces más ruido, cinco veces más horteras zumbando por unas calles cinco veces más estrechas y un enjambre de langostas bíblicas que ríete tú de Stavros con el mongolo de su hijo llorando en el supermercado de Duluth. Chipiona es como Macondo pero en cutre, y aquí lo más mágico que puede pasarte es que un paisano te despierte a la hora de la siesta para venderte unos melones la mar de buenos y de gordos y de bien criados que le ha traído el cuñado de una parcelita que tiene. Explicándotelo, háganse una idea, echado con un donaire cervantino sobre la reja de tu porche, mientras a tu alrededor cae lava volcánica. En fin, yo sólo soy un escriba sentado y hago esto porque no tengo nada mejor que hacer y ya saben que los boxeadores no pueden perder el punch, que luego te oxidas y la gente termina leyendo solamente al Mesetas. Acaba de llamar un niño a la puerta. No levanta tres palmos del suelo, y me quería vender un par de huevos y tres melocotones que llevaba en una caja negra. ¿Se lo pueden creer?

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