Feuer Frei!

En los días previos al partido, el madridismo había previsualizado absolutamente todos los escenarios. Desde el 5-0 terrorífico al replay del gol de Makaay en el segundo siete de partido, al 2-1 en el minuto 89 o la deposición total de las armas al descanso. Se habían agotado las posibilidades, los paisajes mentales. Hasta el parroquiano de tasca, cuarto de manzanilla y MARCA rumiaba las noches desde el pasado martes intentando imaginar la pizarra en forma de holograma en la que Guardiola descifraba sus logaritmos euclidianos con los que perforar al Madrid desde el túnel de vestuarios. Llegaba tan avisado el madridista al partido de Munich, había mirado tanto hacia atrás y de reojo, que aparcó el zeppelin en el Allianz despojado del miedo. Presagiaban las crónicas un tormento oscuro y atronador, un cortocircuito de luces cegadoras sobre la portería de Casillas, pero a Ancelotti le bastó con cambiar una pieza y empujar dos metros adelante el alma henchida de un equipo convencido. El 4-4-2 continuó a pesar de faltar Isco. Sin embargo, Di María empezó por la izquierda y Bale ocupó la zona derecha, donde dicen que había un tipo llamado Alaba que era algo parecido a un Fukushima generando radioactividad y que, en verdad os digo, no fue más que un guiñapo temeroso de Dios y de los hombres por obra y gracia de una transición ofensiva madridista perfecta. Carlo, el capo tranquilo que hiende vientres sin chasquear la navaja mientras te pregunta sonriendo por la familia, demostró que tenía la eliminatoria esbozada en una servilleta. Desde Dortmund. O desde la semana trágica en que perdió con Barcelona y Sevilla. En aquellos cuatro días el Madrid se dejó la Liga, pero también le salieron escamas.

Esperábamos un Bayern aupado en la vieja fuerza de germánica desolación pero Guardiola ha asexuado a este equipo. Los ha convertido en eunucos esclavos de la pelota. Kroos, Müller, Schweini, Ribery, Robben, Lahm, arrastran el balón como si fuera una bola de hierro de los presidios antiguos. Sospecho que Pep, un entrenador excepcional, ha interiorizado el personaje mesiánico que ha construido alrededor suya. Es el riesgo que corren él y Mourinho, dos gigantes que juegan en planos paralelos: el del césped y el de los focos. Cuando permiten que estas dos dimensiones de sus figuras se entrecrucen, comienzan a percibir la realidad distorsionada. Es entonces cuando les devora la fanfarria, el atrezzo, la dramaturgia. Quitar a tu único 9 para meter a un mediocentro defensivo cuando necesitas 5 goles, y otras fábulas de Esopo. La segunda parte del Bayern anoche fue un ejercicio de onanismo de un entrenador encerrado entre cuatro espejos que le devolvían su propia imagen reverberada ad infinitum. Cautivos de un esquema que limita sus aptitudes naturales, los jugadores alemanes sostuvieron el envite en Madrid y en el Allianz mientras duró la sugestión de su propio poderío: con todo el planeta balompédico esperando que pariesen un Picasso en medio del Bernabéu, el gol de Benzema les torció el gesto. Desarmó la determinación de unos extraordinarios jugadores entregados a una idea alienígena para ellos, tan prestos siempre a la carga de caballería sin fin: la paciencia, el vaivén horizontal de una pelota sin riesgo, el balanceo. Ancelotti adivinó que en los primeros 15 minutos de la vuelta no habría ningún Castern Jancker masticando niños tras la puerta y subió el volumen de su dibujo con Bale y Carvajal acoplándose en el drenaje al dúo Alaba/Ribery y Modric hilando destellos luminosos con Benzema en un pasillo central deshabitado por donde murió la eliminatoria y regresó el mito.

Porque fue pura mitología. A los 16 minutos el Bayern no había siquiera olido el punto de penalty madridista y entonces surgió la ecuación inesperada que lo rompió todo. Sergio Ramos. Parecía predestinado. El IV Reich de los poetas y Raimundo Llull se encontró de pronto con un andaluz insensato escupiendo en el santo grial. El Madrid se encaramó otra vez al muro de su Historia marcando un golazo de córner, circunstancia que viene a anular por fútiles todas las teorías, análisis y estudios concienzudos que pretenden racionalizar el fútbol. Este juego es la ciencia de lo absurdo. No metía el Real un gol de córner en partido gigante desde Felipe II, o antes. No pasaron 10 minutos y Ramos volvía a subirse encima de la ola: falta lateral botada con precisión desconocida por Di María que Pepe cabecea en la frontal, lo justo para que por detrás Sergio trepara hasta el castillo de proa del Acorazado Bismarck y arriase su bandera poniendo encima un trapo negro con la efigie de Camarón. Fueron unos minutos audaces, irrepetibles, que terminaron con un contragolpe napoleónico. Carvajal y Bale empotraron a Scarface en el enésimo callejón sin salida y Di María conectó el balcón del área propia con Benzema, que llevaba desde el principio infiltrado en el búnker de Hitler intentando abrirlo con una ganzúa. Karim la descansó con un parpadeo y tras pestañear se pudo ver a Bale corriendo por delante de Boateng como Gregory Peck huyendo por las calles empinadas de Navarone. A Gareth le dijeron por la Team Radio que Ronaldo venía doblándolo por la izquierda y el resto es Historia. De este deporte, de la Copa de Europa y del Real Madrid.

Durante toda la segunda parte, el Madrid fue desangrando lentamente al Bayern, llevándolo por los hombros de un lado a otro del Allianz hasta que dejara se gotearle el degüello de matarife que le había hecho en la garganta durante la primera parte. Entraron Götze, JaviMar y también Claudio Pizarro, a quien creía muerto. Resulta que este Pizarro es el mismo de antaño, superviviente del Bayern que vio pasar a Zidane hacia Glasgow. Podrá contarle a sus nietos que le derrotó el Madrid de ZZ, de Figo, de Raúl y de Roberto Carlos, pero también el de Modric, Alonso, Ronaldo, Bale, Benzema y Sergio Ramos. El Carvajal impreciso y disoluto de comienzos de temporada ha mutado definitivamente en un defensor adulto, un competidor maduro y un atacante resuelto e intuitivo, definición que puede compartir con un Coentrao que llevaba en el pelo una mecha rubia por cada eliminatoria que el Madrid ha ido perdiendo a lo largo de estos 12 años tan largos como la misma epopeya que rodea a este club. Mónaco, Turín, Roma, Arsenal, Bayern, Liverpool, Lyon, Barcelona, Dortmund, son ahora una cicatriz en el costado. La lanzada de Longinos cuando pedíamos agua y nos daban vinagre. De derrota en derrota hasta la victoria final, así ha llegado este Madrid de Ancelotti a Lisboa. Un equipo que no sólo es de don Carlo -aprendamos ya a llamarlo así, reservémosle de una puta vez mesa diaria en El Vesubio, pago yo la primera- sino también de Mourinho. Y de Pellegrini. De Schuster, Capello, Juande, García Remón, del lebrijano aquel que tartamudeaba, de Queiroz, Luxemburgo, Del Bosque y de la madre que parió a cada uno de los fulanos que queriendo y sin querer nos han llevado hasta aquí, haciéndonos ser quienes somos. Ronaldo cerró la noche con un libre directo, y el 0-4 restalló como un trallazo en el cielo de Baviera. El Madrid pisó el minuto 90 acosando a Neuer, buscando el último gol, otro gol más, otro latigazo del emperador en la espalda de Europa. Con la grandeza a la que obliga este club que vuelve al partido para el que fue creado: la final de la Copa de Europa.

5 Comentarios

  1. El caso es que toda la vida Múnich ha sido escenario del terror. Antes se jugaba en el Olímpico, estadio viejo y feo, y jugaban ogros como Sagnol, Salihamidzic, Kuffour, Lucio, Scholl o King Kahn. Y claro, ahí no ganaba nadie.

    Hoy, el Bayern es un equipo que juega en el Allianz Arena, un estadio nuevo, bonito y hasta de colorines por fuera. Y juegan rubitos guapetes como Kroos o Neuer. Y entrena Guardiola.

    Múnich es Disneylandia.

    Enhorabuena por la final, y a por la Décima.

  2. Impresionante, tocayo.

    «Coentrao llevaba en el pelo una mecha rubia por cada eliminatoria que el Madrid ha ido perdiendo a lo largo de estos 12 años tan largos». No se puede hacer mejor.

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