Si Don Draper fuera madridista

Es una sucesión de micro-cataclismos, pequeñas catarsis semanales, diarias incluso, que alteran la linealidad cronológica de nuestras vidas pero sólo aparentemente. Ora el futuro se presenta torcido, ora todo brilla como en un amanecer de primavera. Hace dos semanas estábamos tomando la Bastilla, anunciando con fervor apocalíptico el final de un mundo viejo y acabado. El miércoles por la noche pisábamos las semifinales de la Copa de Europa como quien se adentra en un círculo del infierno. Hoy, sin que nada extraordinario haya sucedido en la actualidad madridista más allá de que el sorteo deparase el combate ancestral contra la hidra de las cien cabezas, de repente sonreímos a lo ancho. A la manera de un borracho feliz que siente alejarse los temores terrenales de la vida sobria en tanto se adentra en ese nirvana apoteósico lleno de esperanzas con forma de huríes haciendo topless que es la ebriedad. El Barcelona se desgajó en Granada y dejó al madridismo, en un instante, sin motivos para estar triste. Ya se había derrumbado antes, el viernes, la cotización del madridismo maldito cuando Figo sacó la bola del Bayern de Guardiola y del núcleo de fisión madridista se liberó la tormenta eléctrica que llevará surfeando al Madrid hasta Lisboa. Ancelotti se pidió un old fashioned, bajóse las gafas de sol hasta media nariz, y dijo: non, non ho detto gioia, ma noia, noia, noia, maledetta noia. Alineó un equipo alegre, bullanguero, lo que pedía este Bernabéu y este sábado de pasión y muerte del enemigo en la Alhambra. Nacho, Varane, Pepe y Coentrao compusieron la zaga, pero realmente si sólo hubiese jugado uno, o si el equipo hubiera comenzado en Illarramendi, nadie lo habría notado. El Almería se presentó en Chamartín dispuesto a morir lentamente, como un recién llegado al pasillo de la muerte. Le faltó jugar de naranja. Exigió lo mínimo y el Real lo agradeció no azotándolo demasiado, arrimándosele como a un toro manso con esa condescendencia taurina de la media verónica y el capotazo gustador.

Carletto puso a Modric y a Di María escoltando a Illarra en la espina dorsal del equipo. La decisión de mantener firme al vasco bisoño en la titularidad es una de las señas de identidad de los entrenadores grandes. Postrarlo en el banquillo habría sido como meterlo en el nicho de los jugadores fallidos y desheredados del parnaso blanco. Ancelotti volvió a darle galones y Asier respondió primero con timidez y luego con absoluta soltura. En cuanto olvide los fantasmas de Dortmund recuperará la osadía que llevaba mostrando justo hasta que en Westfalia le aplastó la grandeza, los lobos amarillos olieron su miedo y se lo comieron debajo de un árbol como los germanos se zampaban a los legionarios novatos que patrullaban por primera vez más allá del Limes. Por delante se abrieron en abanico Alarcón, Benzema y Bale, aunque la posición de Isco fue una constante permuta con Di María: en ausencia de Ronaldo el 4-3-3 se dibuja en el tapete verde como un 4-3-2-1 flexible en el que el argentino y el malagueño ocupan lugares que mutan con la marea del partido. Pasa también con Bale. La presencia de Cristiano fija las responsabilidades, fosiliza el esquema táctico. En su orfandad, los puntos de partida son sólo iniciales: el dragón galés prueba por la izquierda para terminar por su sitio natural en el Carlettosistema, la derecha; Di María avanza desde la gruta de las maravillas modricias hasta el hábitat del mediapunta, valiéndose de los muelles que tiene en sus gemelos; Isco va difuminándose frente a los marcadores rivales para aparecer de nuevo a sus espaldas, como el hombre de arena, reteniendo la zancada de su equipo en los tres cuartos de cancha contraria y difundiendo desde ahí el miedo. El miedo de los adversarios del Madrid, en este momento concreto de la temporada, consiste en lo que Isco es capaz de hacer en esa tierra de nadie entre el círculo central y la media luna del área de los otros. Esa la franja de Gaza, el territorio donde comienzan a morir los que juegan con este Madrid.

El primer gol llegó porque tenía que llegar. El Madrid le había tirado diez mil veces a Esteban, el portero del Almería, y éste las había devuelto todas como si fuese un frontón de pelota vasca. Esteban es un caso curioso de longevidad competitiva: era el portero del último Oviedo en Primera División. Desde entonces ha jugado en todas las catacumbas del fútbol profesional español, y aquí le tenemos otra vez, en 2014: titular con un Primera en el Bernabéu, y más estilizado que el propio Casillas. Hay gente que no envejece nunca y está bien que sea así porque son los asideros que tiene nuestra memoria para devolvernos a aquel espacio preadolescente donde éramos felices, la Selección perdía siempre en cuartos de final y el Madrid ganaba Copas de Europa. Esteban es el último superviviente de aquel fútbol glorioso de los 2000 y ayer le honramos ese recuerdo feliz metiéndole 4. Di María cazó su palo largo en un buen eslalom nacido en la banda derecha, y si el Almería apenas había merodeado la puerta de Diego López hasta entonces, desde ese minuto lo haría todavía menos. Desde el 1-0 hasta el resto de goles, ya en la segunda parte, el encuentro fue un discurrir jocundo y verbenero donde brilló por encima de todos Karim Benzema. Precisamente anoche volvieron a pitarle. Por fallar muchos goles, deduzco, lo cual me parece harto gracioso y cómico. La temporada del cabilio está siendo tan abrumadora que incluso ha parido una nueva posición táctica dentro del fútbol: la de pivote. Como en baloncesto, el símil viene solo. Benzema se acula en la frontal, infiltrado entre los centrales contrarios o en ese hueco nefando que casi siempre se produce entre uno de los centrales y el lateral, y desde ahí hace de arnés. Sus compañeros, generalmente Modric, Isco, Ronaldo cuando está y también Bale, le tiran la cuerda y él los engancha, permitiéndoles la escalada hasta las mismas barbas del contrario. Ayer volvió a ocurrir lo mismo. Benzema es la bisagra. Recibe, aguanta lo justo, continúa la jugada o abre al costado para proseguir la percusión. Encuentra agujeros inimaginables entre el hormigón de piernas contrarias y cuando no se puede, da un paso atrás y visualiza el ataque en estático como un superordenador procesando millones de variables en un sólo segundo. Benzema es una bendición que está a tres o cuatro dimensiones espaciotemporales de lo que merece cierto madridismo casposo y rociero.

El 2-0 lo metió Bale y el 3-0 Isco, ambos tras pase del francés. Karim descifra la jugada y los demás ejecutan, percuten, le abren las fauces al portero. El Madrid-Almería de ayer fue para él como un single de experimentación: probó regates inverosímiles, empeines alucinógenos y remates al primer toque de una ambición rayana en lo irreverente. Y claro, ¡jugar a ser Dios en el santuario de lo divino que es el Bernabéu! Esto no gusta demasiado al guardián de las sacras esencias que mucho abonado en Chamartín lleva dentro. Morata marcó el 4-0 y tres o cuatro parroquianos de mi bar gritaron al unísono que a ver si Carletto abría los ojos y le daba la titularidad al chaval, que es tres mil veces mejor y le echa más cojones que el francés ese, que es el niño bonito de Florentino. Nunca nadie resumió tan bien 500 años de civilización hispánica en una sola frase. A mí me iba a explotar la cabeza o peor aún, estaba a punto de agarrar un tenedor e hincárselo en los ojos a alguno de aquellos gañanes, hasta que llegó Isco y con uno de esos recortes hacia dentro tan suyos, me reconcilió con la vida. Isco conserva todavía dentro de sí esa suerte tan antigua del requiebro. El recorte, en un balompié tan de Playstation, de R2+cuadrado, tiene mucho de arcano. De misterio viejo que sólo conocen los ancianos y los locos. Esa pausa flamenca de meter el interior hacia dentro con suavidad, casi acariciando la pelota, y sobre todo ese besar al balón como si fuera la novia, cuando se está en medio del vértigo y de las metralletas de una eliminatoria en abril, es una artesanía mayúscula. Superlativa. Por ahí respira este Madrid de rock y de speed, de Alonso, Bale y Ronaldo, del guitarrazo y la pelea de bar. Entre Isco y entre Benzema están construyendo la habitación del segundo antes de por la que tienen que venir los títulos, o vendrá la muerte.

 

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