Tengo un cruzado para usted

En partidos así lo que pasa en el césped no le importa ni a los jugadores. Se notó en el Madrid: fue caer Jesé en la playa de Omaha que le montaron dos alemanes de padres balcánicos en un córner, al minuto 2, y apretársele el esfínter a todos. Congoja grupal. A Jesé lo atropelló Kolasinac, un boxeador bosnio metido a lateral izquierdo, y el golpe le giró al canario la rodilla hacia dentro. Al parecer, se ha roto el ligamento cruzado de su rodilla derecha, una lesión dramática para cualquier futbolista en cualquier momento de su carrera, pero más para quien está despegando en el Madrid con 21 años a la manera de un cazabombarderos Harrier. Bale saltó al campo casi sin calentar, pero no le hizo falta. El dragón galés se dedicó durante los 85 minutos en los que correteó por el Bernabéu a inmortalizar aquella portada de Marca en la que se anunciaba urbi et orbe que el chico estaba herniado. Esa tapa nació con el don de la posteridad: pasarán los años y la mofa se irá pasando de padres a hijos y de hijos a nietos. Mira, niño. Herniaman. Qué linces. Su partido fue pletórico, de fuegos artificiales. Ofrendó los tres goles de su equipo en un sacrificio ritual. Los alemanes, rebeldes ante su destino tan sólo la media hora final de la primera parte, volvieron a ser corderos llevados del ronzal a la inmolación. El 9-2 del agregado quedará como un oprobio permanente a la germanidad del Schalke, club que no descarto sea repudiado de la Bundesliga por permitir tal violación por parte del Madrid, que siempre fue el monigote con el que Alemania desfogaba la pulsión racial de los nibelungos para con los bajitos y roñosos latinos del sur.

La baja de Jesé para lo que resta de temporada abre una puerta nueva tras la que se esconden peligros inciertos y druidas acechando en las tinieblas. La irrupción de Big Flow, su meteórica emergencia, amplificaba los bafles de la plantilla: liberaba a Di María para que ejerciera las tareas de gendarmería del ausente Khedira y expandía la potencia de fuego del Madrid tanto por los costados como en la punta. Han sido tres meses de excelente alternancia con Bale, Ronaldo y Benzema. Jesé ha sido algo así como un as de copas, un comodín superior, una nueva ola de refresco para los velociraptors. Sin él, y sin Khedira ni Arbeloa hasta mayo, Ancelotti se halla de pronto huérfano de esa dimensión multidisciplinar de su Madrid. Habrá que apañárselas con lo que hay. Alonso, Ronaldo y Ramos fueron los tres únicos de los incuestionables que iniciaron el trámite. Varane acompañó a Ramos, Nacho regresó a su antigua patria del lateral derecho, y Coentrao se reencontró con el pasillo izquierdo donde tanto tabaco le costó superar las noches sin dormir que le dio el antimourinhismo militante. Illarramendi y Alarcón se dedicaron a postear como dos pívots bajo un aro de baloncesto en torno a Xabi, y Morata corrió de aquí para allá como suele hacer: con ímpetu de keniata. Falló un par de goles bíblicos, de esos que te ahogan para siempre en el océano del olvido madridista. Tras rematar con la tibia un pase taurino de Bale que lo dejaba en solitud frente a la boca del gol, cierto sector del estadio comenzó a pitarle. El Bernabéu es un campo que tal como te saca en procesión, te mete fuego, y parece que el calendario de Morata ya está deshojando el 14 de abril del 31. Lo que es de una inmoralidad manifiesta es lo de Piperland: algún día alguien debería escribir un opúsculo desenmascarando a esta gente indecente cuya alma bovina encumbra lo primero que se le señala desde una portada con rotulador fluorescente, para luego colgarlo en la plaza mayor de la opinión pública sin el menor rubor, acogiéndose a lo sagrado de unos supuestos valores ancestrales.

Un jugador, sin duda héroe alemán desconocido, empató al filo del descanso el gol inicial de Ronaldo. Tuvo el Schalke unos instantes de caótico dominio en los que pudieron meter otro, llevados a lomos de su gran afición. Recorrerte Europa tras perder 1-6 en casa y animar con denuedo durante todo el día tiene un mérito sideral. En el Bernabéu, alicaído por la tragedia de Jesé y con el alboroto faldicorto de los días sin historia, sólo se les oía a ellos. Lo vivieron como si estuvieran en Port Aventura, lo cual no dista mucho de la realidad, dado el carácter cada vez más museístico de un estadio que casi es ya indistinguible de un parque temático. El Madrid, en la segunda parte, decidió resolver la cuestión por la vía del encajonamiento, atávica tradición de Chamartín. A Isco le salieron unos cuantos requiebros y la gente se encendió, pero a mí me irritó bastante su partido. Es demasiado bueno para jugar así, como a cámara lenta, perfilando tanto cada movimiento que sólo le falta anunciar su siguiente pase por megafonía. Una cabalgata valquiria de Cristiano convirtió el 2-1, y casi sin respirar Bale le sirvió a Morata el 3-1. Marcó el muchacho y todos sonreímos. En su nerviosismo agónico se adivinan tardes grises de fútbol industrial en Getafe, pero no deja de ser uno de los nuestros. Quizá su rol se acerque más al del Fernando Torres crepuscular que aprovecha su explosividad en el arranque de las jugadas, y su zancada poderosa, para enrolarse en ambas bandas y hacer como de interior afilado, más que de 9. Quién lo sabe. Lo cierto es que carece de confianza y ahí Ancelotti tiene trabajo, porque el Madrid encara ya las cumbres borrascosas desde una posición inmejorable pero habiendo perdido una de las bombonas de óxigeno de repuesto, que se ha quedado en el ligamento cruzado de Big Flow Jesé.

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