Ser freelance

Estar parado no es glamouroso. Y en esto, creo, convenimos todos. Vivimos en un tiempo en que está censurada de forma táctica cualquier expresión pública de negatividad. Uno puede decir en Twitter que está surfeando en Groenlandia, o actualizar el estado de Facebook con un ¡Haciendo puenting sobre el río Kwai! pero no ose asegurar que está triste, molesto o melancólico. Da igual la razón: en la post-postmodernidad uno tiene que estar feliz siempre. Full time. O como la mujer del César, parecerlo. Mostrarse alegre, dicharachero, jovial, y siempre positivo, como un guiñol de Van Gaal lanzándole ladrillos de flower power a todo quisqui por las redes sociales. En este contexto de anulación belicosa de la tristeza, decir estoy parado es como un insulto a la estética dominante. Una transgresión intolerable, porque la perífrasis lleva implícito lo negativo que, obviamente, resulta encontrarse sin ingresos. Por eso, y porque desempleado suena muy forzado, como si fuese algún logaritmo técnico que sólo se le permite usar al Gobierno o a los sindicatos, está de moda presumir de uno mismo definiéndose como freelance. Hola, qué tal, soy un freelance. Y lo molo todo. Reflexionando últimamente sobre esto, he concluido que ser un freelance es tener estudios -de lo que sea- y yacer en el sofá, más parado que un avión de mármol. Soy tan freelance que no me llama nadie. Es, claro, un intento quizá voluntariosamente naïf de encontrar un hueco en un mercado que se cierra delante de los jóvenes licenciados como el Inter de Mourinho defendiendo un 3-1 en el Camp Nou. No sé si fue culpa nuestra, o si tuvimos la mala suerte de nacer en medio de un pantagruélico reajuste de las condiciones laborales universales, pero aquello que nos decía, cuando éramos pequeños, nuestra abuela de estudia, hijo, estudia y lábrate un futuro, ha devenido en una condena para nosotros mismos. ¿Qué debimos haber hecho? Nos estaremos preguntando eso toda la vida, pero, mientras, arañamos la puerta del mercado como canteranos correteando con el peto puesto por la banda del Bernabéu. Y, obviamente, nos autoproclamamos freelance porque así aparentamos una proactividad que se nos exige desde Infojobs. Tienes que moverte, hijo. Moverte por ahí. Me pregunto todos los días qué significará eso. ¿Dar vueltas alrededor de la sede del INEM? No paro de moverme rotando sobre mi propio eje y alrededor del sol, pero lo único que, hasta el momento, he podido hallar es una palabra: freelance. Fabuloso ejercicio de candidez, porque ser freelance es hacer alguna cosa, escribir en cinco medios online de forma gratuita y poner la bio de Twitter en inglés debajo de un avatar en blanco y negro. Ir de aquí para allá, no yendo hacia ninguna parte, y al mismo tiempo, más agobiado que Jack Lemmon en El Apartamento.

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