Últimamente los partidos del Madrid se juegan con la banda sonora de Star Wars de fondo. Desde la victoria en Valencia con la que cerró 2013, el equipo de Ancelotti parece un ejército de prácticas nucleares en el atolón de la isla Mauricio: por donde pasa, no crece la hierba. Hubo algo de mecánico en la victoria de ayer, como si los muchachos supieran ya de memoria las instrucciones a seguir y el rival no importase. El plan se ejecutó correctamente, como en el Villamarín, pero sin el ejercicio de violencia sostenida que arrasó al Betis hace unos días. Volvía el Madrid a Cornellá semana y media después de la trabajada victoria liguera, y aunque el resultado fue el mismo las sensaciones variaron. El Español ofreció menos resistencia, o por enfocarlo de otra manera: el aficionado madridista jamás dudó del triunfo final, lo que en sí mismo es un espectáculo fascinante e innovador al que uno no termina de acostumbrarse. Tanto es así que desde que comenzó 2014 sufro más por dejar imbatida la portería propia que por el resultado. Lo doy por ganado desde antes que Cristiano empiece a bufar saliendo del túnel de vestuarios.
No obstante, Aguirre, que es un artesano del balompié intrahistórico y de esto sabe como para escribir un libro, planteó el mismo partido pegajoso que en Liga: soltó los perros sobre Modric, apretó la salida de balón del eslabón más débil de la cadena defensiva madridista -Ramos- y martilleó por detrás de los laterales. Sergio García, que salió de La Masía antes de que Guardiola la convirtiera en Disneylandia, se dedicó a correr detrás de cada balón echando espuma por la boca. En la euforia inicial radicaban las esperanzas de éxito del plan españolista, pero el Madrid templó la ira local con empeño luterano. Uno tras otro, Modric, Illarramendi y Di María fueron acumulando balones, tiempos y espacios en un centro del campo que comenzó a tener un sólo sentido: el área de Kiko Casilla. En la otra, Casillas, que luce peinado parecido al de sus comienzos como futbolista de élite en lo que quizá sea el último reflejo instintivo de un hombre que se sabe desahuciado por recuperar la sonrisa del azar que lo sostuvo siempre, demostró una inclinación desconocida por el juego con los pies. Me atrevería a decir que la suplencia está empujándolo a territorios inexplorados en toda su trayectoria profesional, lo que no deja de ser curioso. Cristiano chutó a puerta 4 veces seguidas y al quinto disparo a ninguna parte se le empezó a desquiciar la mirada. El superhéroe llevaba anoche el disfraz de Kobe Bryant chupándoselo todo en el Staples, y hubo un momento, ya en la segunda parte, que tuvo carácter veraderamente subversivo: CR7 llegó hasta la frontal del Español driblando a 8 contrarios y a sí mismo, a la vez, y al chocarse con Bale el galés le quitó la pelota como diciéndole dámela, coño.
Por la banda de Bale llegó el gol: Arbeloa colgó un magnífico centro al santasactórum del área que llegó peinado a la cabeza de Benzema, quien sólo tuvo que poner la barba salafista para meterla. Celebró el gol como Ronaldo Nazario y en sus desplazamientos etéreos por entre los límites de la materia y lo cognoscible está Platón: no es un jugador de este mundo. A Benzema se le suele medir con la vara de Cristiano Ronaldo, como si cualquiera que no fuese Messi no cayera en el hoyo del descrédito al ser comparado con semejante alienígena. Y es un error, a mi juicio: la dimensión de Karim dentro del equipo supera lo plástico y gravita sobre la efectividad, parcela en la que siempre fue tan criticado por sus -supuestos- pocos goles. No hay un toque de balón del francés que no tenga sentido en la sinfonía asimétrica del Madrid de Carletto, y casi siempre pasan desapercibidos sus desmarques de ruptura y sus apoyos al primer toque con que engrasa las jugadas que terminan con Marcelo, Cristiano, Bale o Di María en la línea de fondo o con un estrépito sangriento en el punto de penalty. En todo caso, tras su gol pudieron venir algunos más. Fueron los mejores minutos del Madrid: cómodo, marcial, inapelable, con Modric en todas partes y Di María agregándose como escudero de inapreciable valor táctico al trabajo de Illarramendi y el croata.
El fútbol también está hecho de casualidades. Si Sahin no se hubiese caído por el agujero de los desheredados del paraíso madridista, es probable que José Mourinho jamás hubiese contemplado la necesidad de fichar a Luka Modric en el verano de 2012. Pero Sahin se dejó la posteridad en sus rodillas, Modric llegó y el resto lo conocemos todos. De la segunda parte sobró media hora. Arbeloa se halló dos veces delante de Casilla, fruto del desajuste coordinado de la transición ofensiva del Madrid. El dinamismo posicional de los 3 de arriba origina espacios inesperados y soluciones minimalistas en las que intervienen los laterales, los interiores y hasta los defensas centrales. Es el caos controlado del 4-3-3 de Ancelotti, sobre el que este Madrid ha adquirido solidez granítica y avanza implacable a lo largo de este mes de enero terrible en lo competitivo. El Real se relajó, como creyendo que el Español podría seguir hasta el Juicio Final sin marcarles un gol, y con la salida de Jhon Córdoba el peligro volvió a merodear, difuso, por el área de Casillas. A Arbeloa se le nubló la noche: Córdoba es una especie de mandingo colombiano con la técnica atrabiliaria de Obafemi Martins pero rápido, fiero y fuerte como un rottweiler. Al final se plantó sólo ante Casillas y definió al muñeco, lo que sirvió para mantener la virginidad de la meta madridista en el nuevo año un partido más y contentar a las masas, que se fueron a la cama aliviadas por una nueva parada de Casillas. Ya no tendrán que recurrir a Youtubes antiguos para masturbarse.