La marcha de Barcelona y Atlético por esta Liga está siendo inusualmente eficaz. No sorprende tanto la barcelonista, un equipo mecido por la inercia competitiva de un lustro prodigioso -aunque ya sólo brille la herrumbre, y a los marcados signos de decadencia deportiva se una la intocabilidad contractual de las vacas sagradas- como la rojiblanca: están ganando partidos a ritmo fabril, mostrando una fiabilidad prusiana. El demiurgo costumbrista que había convertido al segundo equipo de Madrid en un guiñapo de deslices ridículos y muertes a cámara lenta parece haberse transformado: gloria al Cholo en las alturas. Esta insistencia en la victoria de los enemigos del Madrid constriñe al aficionado blanco medio como si fuera una suerte de estreñimiento. Un molesto dolor en el costado, que se acrecienta con cada jornada y con cada gol de Diego Costa: uno mira con dejadez el resumen de la jornada los domingos al mediodía, con toda la resaca regurgitando en las sienes, y piensa pero cuando coño van a palmar estos hijos de puta. Con esta extraña situación sobrevolando Chamartín, comenzó el Real Madrid-Celta de ayer. Día de Reyes, 7 de la tarde, el Bernabéu repitiendo carbón en el centro de su defensa y Luis Enrique, el ínclito ángel negro que se pasó al lado oscuro por pura perfidia, en la trinchera de enfrente. Con Bale y Jesé en el banquillo, Ancelotti apostó por lo canónico: Xabi-Modric, Isco flotando por delante, Di María y Cristiano batiendo alas y Benzema en la centinela perdida. Atrás, Marcelo y Carvajal como concesión a los cientos de niños y familias que visitaban el Bernabéu.
Sin embargo, no dio tiempo siquiera a bostezar y los chicos de la Citroen viguesa ya tuvieron la primera. Sucedió que entre Pepe y Ramos tiraron la línea del fuera de juego a la altura del metro de Gregorio Marañón, y al delantero del Celta Charles le dio tiempo a cruzarse la Castellana paseando alegremente en bicicleta. Por suerte para el Madrid, Diego López desplegó toda su inmensa galleguidad y la portería local se le hizo muy pequeña al jugador brasileño: en los noticieros se dijo que Charles falló un clarísimo mano a mano, pero cuándo ha leído un cubano el Granma para enterarse de la verdad. Apuesto toda mi hacienda y todas mis plantaciones de tabaco en Louisiana con sus esclavos dentro a que de estar el padre de Martín Casillas bajo los palos, el verbo fallar hubiese dejado paso, en crónicas y highlights, a la perífrasis parada milagrosa. En todo caso, el Celta tuvo un par de buenas ocasiones para adelantarse en una primera parte tan oscura del Real que, para descifrarla, se tuvo que recurrir a un manual de pintura flamenca del siglo XVI. Di María volvió a exhibirse atolondrado y obcecado en su perfil izquierdo. Los rivales, advertidos de que sólo utiliza el hemisferio derecho del cerebro, le ofrecen confiados la salida natural, y el argentino acaba casi siempre encerrado sobre sí mismo en un laberinto donde se pierden casi todas las jugadas de ataque del Madrid en días como el de ayer. Cristiano, como todo Portugal, guardaba luto por Eusebio, e Isco Alarcón mostraba su versión más previsible, inocuo cuando bajaba hasta la mina de los dos mediocentros e intrascendente cuando merodeaba por la frontal del Celta. La intrascendencia es la pesadilla de un fantasista, y cuando los rivales siembran la playa de alambre de espino como el Celta ayer, este tipo de trescuartistas geniales sienten como una irresistible presión interior que les obliga a hacerlo todo e manera vehemente y exagerada, como si de uno de sus pases al hueco renacentistas dependiese el futuro de Occidente. El único detalle positivo de la primera parte fue comprobar que los muchachos de Ancelotti empiezan a imitar a los de Pablo Laso: Carvajal, Alarcón y Benzema lucen una poblada barba a la manera de Mirotic, Llul o Sergio Rodríguez, de lo cual los estetas nos congratulamos puesto que, perdida ya la batalla de lo intelectual y muerta la revolución del orden mourinhista, el objetivo del madridismo nostálgico debe ser liderar una vuelta a la virilidad plástica de los 80.
En la segunda parte ocurrió algo parecido a una catarsis colectiva en el Bernabéu. Los pitos comenzaban a despuntar en la tribuna ante la escasa fluidez del juego madridista y el atrevimiento visitante. Charles resolvió mal el segundo mano a mano de la noche y Rafinha se imponía por físico y por técnica, a una medular blanca deslavazada. Illarra, que había entrado por Xabi en el entretiempo, aseguraba el fuerte a duras penas, y entre las boutades de Ramos y la inconsistencia de los hombres de arriba, el Celta fue asomando la nariz frente a Diego López, creando menos peligro de lo que los locutores de radio les decían a los madridistas del Bernabéu y de Twitter. Sobre el minuto 20 el paroxismo se hizo dueño durante cinco minutos del Bernabéu: aquello parecía la vuelta de semifinales de Copa de Europa contra el Borussia, y el equipo se contagió del inusitado nerviosismo. Jesé primero y luego Bale saltaron al césped como la 101 Aerotransportada sobre Normandía, y nada más salir, Big Flow se encontró con un balón botando delante del área chica y pensó que la gloria era demasiado fácil. La raseó bajita y Yoel, una especie de Cañizares sin toalla, atrapó sin aprietos. Pero la conexión del canario con Benzema en el perfil izquierdo se había establecido como por ensalmo natural, y lo que una el hip-hop no lo separe el hombre. A la segunda embestida, Jesé recortó donde casi todos disparan y desde la línea de fondo deslizó sutil un pase atrás para que Karim la empujase entre dos defensas. 1-0 y la alarma dejó de sonar. Después, entre Benzema, Carvajal, el canario y Bale ofrendaron a Ronaldo un cuchillo de obsidiana con el que sacrificó 2 goles al dios de la muerte. La dimensión de este jugador sólo es comparable a la de los héroes antiguos como Di Stéfano o el llorado Eusebio: cuando juega al 50% marca como mínimo un gol por partido.El rol de outsider con el que el Madrid de Ancelotti camina en Liga no es bien recibido entre los aficionados, ávidos de cadáveres y triunfos rimbombantes. Sin embargo, el equipo sigue avanzando, y este 3-0 adquiere una importancia estratégica ante una semana interesante: después de la Copa, la visita de CiU al Calderón, donde sólo puede ganar el Madrid.