Fútbol y guerra: la epopeya de los vascos (IV)

A primeros de agosto, el equipo Euzkadi se encontraba en una situación incómoda: llevaban casi dos meses en Rusia, muy lejos de casa, y las noticias que continuaban llegando desde España eran desalentadoras. Franco avanzaba imparable hacia Asturias, y el Norte republicano agonizaba. Su causa ya era virtual, puesto que Aguirre desmontaba a toda prisa su taifa semi-independiente trasladándola primero a Cantabria y más tarde a Cataluña. Llevaban jugando por Europa desde abril, pero para casi todos los expedicionarios ya no había España a la que volver. Así que decidieron, una vez más, seguir jugando: quizá por la patria vasca, quizá por la República, o quizá por ellos mismos. En Moscú, De la Sota y Alegría agenciaron tres amistosos más: en la misma capital soviética el 2 de agosto; en Minsk, el 7, y en Leningrado, el 12. Sólo jugaron uno, el de Minsk. Los nómadas vascos volvieron a chuparse varias horas de tren hasta el corazón de Bielorrusia, donde el día 9 se enfrentaron al FC Dinamo de Minsk en el Dinamo Stadion. Delante de 41.000 bielorrusos, los españoles torearon al orgullo local por 1-6, despidiéndose a lo grande de la Unión Soviética pues éste sería su último partido allí. Tras regresar a Moscú después del partido, al equipo Euzkadi le salieron (por intervención directa de Aguirre) tres compromisos más en Europa: dos en Noruega y uno en Dinamarca. La sensación que seguía causando el fútbol de los vascos en el extranjero, añadida al dramatismo que su causa alcanzaba dado el prolongado conflicto de España, prolongaron su empresa un poco más. El 17 de agosto abandonaron la URSS rumbo a la gira escandinava, dejando en Rusia un cálido recibimiento, una miríada de inolvidables victorias y algunas anécdotas propias del choque cultural que supuso la llegada a la primera nación socialista del mundo de unos hombres profundamente arraigados en el terruño y la tradición religiosa. Como la de, por ejemplo, tener que asistir discretamente a misa en la embajada finlandesa en Moscú debido a que el culto católico estaba prohibido en la ciudad. Antes de abandonar Moscú, no obstante, tuvieron ocasión de visitar un sanatorio inaugurado recientemente donde se acogía a más de 500 niños españoles, muchos de ellos vascos, entre los que repartieron fotografías de los jugadores y asistieron a un partido entre la chavalería del cual Luis Regueiro ofició como árbitro. Además, tanto el capitán como los delegados y algunos otros jugadores escribieron numerosas cartas de exhortación propagandística de la causa republicana que se publicaron en los medios oficiales del régimen soviético, entre ellos el celebérrimo Pravda. ¡Un futbolista español en el Pravda! Situándonos en una cierta y satírica perspectiva, debió ser casi como cuando el Empire State se iluminó con los colores de España tras ganar el Mundial de 2010.

Previa parada en Leningrado, el equipo Euzkadi llegó a Oslo. Esta visita era, en cierto modo, un deseo personal del lehendakari, quien instruyó tanto a Irezábal como a De la Sota y Alegría, acerca de la conveniencia de visitar los países escandinavos como forma de continuar recaudando dinero y simpatías. De paso, esta etapa de la gira internacional iba a servir, también, para ir preparando un proyecto aún más ambicioso: saltar el Atlántico y emprender una gira americana por los países más cercanos a la II República española. Este proyecto se llevaba gestionando desde el partido de Euzkadi en Marsella, y los contactos con las embajadas mexicana y argentina aumentaron durante el verano. De tal forma que mientras el equipo de Vallana jugaba en Noruega, Irezábal viajó a México para ultimar los detalles. Bien recibidos en Noruega, el equipo Euzkadi se enfrentó a la selección nacional el 22 de agosto, derrotándola por 1-3. Cinco días más tarde, el 27, ambos equipos repitieron, pero esta vez en Sarspborg. Este era un pequeño municipio costero, cercano a Oslo, que a pesar de su reducido tamaño albergaba una considerable industria del papel y la celulosa. Sarspborg, eminentemente obrera, se había distinguido en el envío de dinero y ayuda a la República durante la guerra, por lo que tanto la delegación vasca como la federación noruega decidieron disputar el segundo amistoso allí. Euzkadi venció de nuevo a Noruega por dos goles a tres, y esa fue la despedida de los chicarrones vascongados del territorio noruego. Al día siguiente partieron hacia Copenhague, donde fueron recibidos a Internacional en grito, con una efusividad que sorprendió a los miembros de la expedición por dos cosas: el natural frío y hermético que ellos preveían en los daneses, y la condición democrática del Reino de Dinamarca. Ambas circunstancias no fueron óbice para que se les recibiera por todo lo alto, ni tampoco para que ellos correspondiesen a sus anfitriones nórdicos apabullando a su selección nacional por nada menos que 11 goles a 1 en el encuentro disputado el 29 de agosto. Dinamarca, como vemos, estaba aún lejos de ser la fabulosa Dinamita Roja que ganaría la Eurocopa de 1992 encabezada por los Laudrup.

A finales de agosto de 1937 el equipo Euzkadi volvió a París. Desde este momento y hasta el final de la epopeya, la aventura de estos jugadores vascos fue tornándose cada vez más personal y dramática, y mucho menos política o ideológica. La cornisa cantábrica estaba a punto de ser conquistada por completo por el ejército nacional, y los futbolistas acusaban el cansancio de una gira interminable y la incertidumbre -aumentada por la lejanía- por el futuro propio y de sus familias. A lo largo de dos semanas intensas, emisarios del bando nacional contactaron en la capital de Francia con Melchor Alegría para proponerles algo: un salvoconducto con el que volver a sus casas, abandonando la selección vasca y haciendo poco menos que tabula rasa. La cosa debió ser algo así como: al fin y al cabo, sois hombres de orden, y católicos. No habéis matado a nadie y esto del equipo Euzkadi es una chiquillada política. Volved, y aquí no ha pasado nada. Sin embargo, sólo Gorostiza, Echevarría y el fisio, Birichinaga, aceptaron la invitación. El resto iba a continuar en México, nada menos. La idea de José Antonio Aguirre y del consejero socialista Gracia era pasear al equipo por la nación más dadivosa con la República española, pero los dos meses pasados en la URSS iban a traerles algunos problemas. En primer lugar, con la FIFA. Desde la España nacional se instaba a la satrapía hoy presidida por Blatter a denegar la autorización para que el equipo Euzkadi pudiese jugar en México y Argentina debido a los mítines lúdico-políticos en los que habían participado a lo largo de la gira rusa. Tanto Alegría como De la Sota e Irézabal contactaron entonces con Félix Gordón Ordás, embajador de España en México, para que agilizara los trámites burocráticos. La cuestión, para la FIFA, era desligar en lo posible la gira deportiva de Euzkadi de cualquier consideración ideológica, circunstancia harto complicada teniendo en cuenta la índole propagandística de la aventura de los vascos. Entre el gobierno autónomo y la presión diplomática del embajador, el viaje a México se escondió tras una «compensación» en demostración de gratitud por la ayuda prestada por aquel país a la República en guerra contra el fascismo. A falta de un patrocinador -podemos imaginar que con Franco embocando el Levante español, ni Aguirre, ni nadie en la República tenía mucho dinero ya para financiar una odisea balompédica-, los coordinadores de la expedición llegaron a un acuerdo con un empresario mexicano, Luis Casas. Éste debía ser un fulano de dudosa catadura, ya que antes de zarpar el pacto se rompió, dado que el cariz propagandístico del equipo Euzkadi se convirtió, de pronto, en inaceptable para este buen hombre. A toda prisa reorganizaron la cuestión con Tomás Arana, un vasco amigo de Melchor Alegría residente en el DF. Éste les adelantó el dinero para el pasaje, y embarcaron. Al llegar al puerto de Veracruz casi tienen que darse la vuelta, después de la interminable travesía, puesto que había cundido la sospecha de que Arana era adicto a la España nacional y el dinero que recaudase de estos partidos se temía fuese destinado a la causa de Franco. El lío se resolvió con intervención directa del embajador, y Euzkadi desembarcaba, pues, en la Nueva España. Esta era una aventura, a la postre, sin retorno.

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