Volvía la Copa al Bernabéu después de la final de mayo, ese partido que casi todos hemos borrado del disco duro. Reinaba cierta incertidumbre sobre Chamartín tras el 0-0 de la ida y la charlotada de Pamplona: el madridismo de rulos en la cabeza y nariz metida en el visillo había ya destripado un conejo, y entre las vísceras vio sortilegios, catástrofes y Alcorcones. El chamanismo es un halo invisible que rodea el Bernabéu como la piel esa con que -dicen- quiere recubrir Florentino el estadio. Lo malo es que también envuelve las entendederas de mucha tropa de infantería que siempre tiene un sollozo colgando del lagrimal. Ancelotti, por lo que se ve, rejonea entre todo esto como Pablo Hermoso de Mendoza cabrioleando con Cagancho por entre los cuernos de un miura. Dejó en casa a Cristiano, Modric y Bale, haciendo la digestión para Valencia, y alineó a Casemiro e Illarramendi junto a Isco. Esa fue la columna vertebral del equipo, alrededor de la cual orbitó todo: espacio y tiempo, Di María y Jesé, con Carvajal asomándose como un cometa por el carril derecho y Morata desprendido del colectivo como un pedazo de chatarra espacial bamboleándose entre la MIR y la Estación Internacional. No fue el día más brillante de la carrera de este muchacho, cuya torpeza se agudiza las tardes en que más se espera de él. Es como si ante la expectación se castigase a sí mismo a correr, olvidando las claves del 9 académico: posición, precisión y brevedad. Anoche se podía oír el crujido de su cintura al girar dentro del área desde Pernambuco, y por ahí se escapan títulos, gloria y eternidades. Menos mal que para solventar el trámite frente al Olímpic de Xátiva no hizo falta la presencia insistente de un goleador.
Entre Alarcón y Jesé fabricaron el 1-0. Pasados los primeros 15 minutos de tanteo, el malagueño bombeó un Ferrero&Rocher a la falla de San Andrés que de repente, un segundo antes, se había abierto en la defensa contraria. Los incautos centrales del Xátiva corrieron a atrapar al gangsta canario, que se escapaba por el vértice, y no vieron la entrada de Illarramendi por la derecha. Jesé sí, y le dijo toma, y triunfa. Asier dejó correr la pelota delante suya con gracilidad y se acomodó la diestra como los buenos pelotaris, zumbando al portero valenciano de fuerte disparo cruzado que nos descubrió a un buen llegador en potencia. Por lo visto, Illarra no marcaba un gol desde que Alonso metió su último trallazo en Liverpool, así que lo comido por lo servido: el destino nos lo compensa. Un rato después, un alopécico zaguero visitante cometió penalty en una jugada extraña: balón al segundo palo, Morata que cabecea impulsado por ese triunfo de la voluntad que impide que no forme parte ya del Getafe 2013/2014, y el mencionado defensa que bracea ostensiblemente delante suya, impidiendo con la mano que la pelota fuese a puerta. Sergio Ramos arrasa en las tendencias defensivas del balompié nacional. Di María fue a tirar el penalty y detrás del portero creyó ver un libro. Del susto le salió un chut lánguido y mal colocado que entró porque al meta del Olímpic le pareció estar soñando: ¡pararle un penalty al Madrid en el Bernabéu!. Con el 2-0 el Madrid se solazó cómodamente en el sofá. Alarcón llenó la bañera del hotel y echó dentro las sales, y al salir fue mojando toda la moqueta mientras encendía un puro y se metía en el albornoz. El partido fue eso, y poco más. Un Madrid reponiéndose del tiroteo del Sadar.