El 28 de febrero de 1937 se vieron las caras en San Mamés dos combinados en representación de Vizcaya y Guipúzcoa. Esta última provincia, así como buena parte de Álava, estaba ya prácticamente bajo control nacional, por lo que la significación política de estos partidos aumentaba a medida que también lo hacía la presión bélica sobre el territorio aún en poder del gobierno autónomo vasco. Este encuentro tenía, a ojos de jugadores, prensa y opinión pública, la categoría de determinante para la futura configuración del plantel que recorrería Europa en nombre del gobierno autónomo vasco, ya que a esas alturas era vox populi que el lehendakari Aguirre estaba ultimando los detalles de la gira, pensada para la primavera. Otra vez en San Mamés, los guipuzcoanos derrotaron a los locales por 1 gol a 2. Por Vizcaya formaron, de rojo, Blasco; Pablito, Aedo; Cilaurren, Soladrero, Zubieta; Ruiz, Iraragorri, Bata, Larrínaga y Gorostiza. De blanco, Guipúzcoa alineó a Eguía; Ciriaco, Areso; Bienzobas, Muguerza. Roberto; Insausti, Unamuno, Lángara, Olivares y Sánchez Arana. De estos 22, 15 quedaron definitivamente seleccionados para el Equipo Euzkadi (así fue denominado de forma oficial en abril de 1937, según parece, para evitar que la FIFA vetase los partidos de una conjunto denominado selección nacional vasca). Algunos, como el madridista Ciriaco -estrella del balompié nacional de aquel momento, quien formaba junto a Zamora y otro vasco, Quincoces, el famoso tridente defensivo del Madrid de 1936- se pasaron al otro bando después de ese partido, en cuanto las líneas nacionales avanzaron hasta casi el mismo Cinturón de Hierro bilbaíno. Bando en el que hacía tiempo combatía el otro mito del fútbol vasco, Jacinto Quincoces, destacado como conductor de ambulancias en el frente de Vitoria y quien, obviamente, estaba ausente de la iniciativa. Otro de los vascos del Madrid, Simón Lecue, se recluyó casi desde el principio con su familia en Arrigorriaga, de donde era natural, y se desentendió del proyecto. Desde ese 28 de febrero hasta finales de abril, mientras se disputaban los dos últimos partidos entre ANV y PNV, los artífices del seleccionado vasco trabajaron entre bambalinas para formalizar la aventura balompédico-política de José Antonio Aguirre. Con el visto bueno del socialista Juan Gracia, a la sazón consejero de Asistencia Social del Gobierno vasco, seis hombres comenzaron a preparar una tourné que, en principio, sólo incluía algunos amistosos en Francia. En apenas unos días, dada la celeridad que las circunstancias de la guerra imprimían a los acontecimientos, se eligieron los colores del equipo y el staff tanto técnico como directivo.
El periodista anteriormente citado Melchor Alegría; Ricardo Irézabal, vicepresidente de la Federación Española de Fútbol y ex-presidente del Athletic de Bilbao; Manuel López, apodado El Travieso, que había sido jugador del mismo club en los años 20; Joking Rezola, utillero; Pedro Birichinaga, masajista, y Manuel De la Sota, representante del lehendakari. Todos ellos pertenecían a círculos muy cercanos al PNV, el partido del presidente Aguirre, de ahí que el diseño de la equipación que el equipo de Euzkadi lució finalmente en la gira internacional se inspirase en la ikurriña: zamarra verde, calzas blancas con una franja vertical roja y medias rojas cortadas por dos rayas horizontales verdes y blancas. Irézabal, amigo personal del lehendakari, tenía como misión encabezar administrativamente la expedición, en calidad de delegado del Gobierno vasco. A su vez, El Travieso sería el entrenador, y tanto Alegría como De la Sota gestionarían la organización interna de la embajada: intendencia, desplazamientos, recaudación y relaciones diplomáticas. Tras los primeros entrenamientos en marzo, Manuel López hizo defección, con lo que se le asignó la dirección deportiva del equipo Euzkadi a Pedro Vallana. Vallana era una vieja gloria del deporte español en aquel tiempo: con el equipo de su ciudad natal, el Arenas de Guecho, conquistó la mítica Copa de 1919 y participó en 3 de las 4 finales que este club disputó en los años 20. Así mismo, este legendario lateral derecho participó en los Juegos Olímpicos de Amberes, París y Amsterdam, siendo el único futbolista hasta la fecha que ha representado a España en tres citas olímpicas. En 1929 protagonizó otro hito histórico: se retiró del fútbol en activo durante la campaña en curso, y poco después debutó como árbitro profesional. De manera que jugó y arbitró en un mismo campeonato nacional de Liga, estableciendo un récord impensable en nuestros días y que nos indica con claridad el limbo reglamentario en el que aún se movía el fútbol en España durante las décadas de 1920 y 1930. Así pues, la convocatoria final resultó la siguiente: Blasco, Iraragorri, Cilaurren, Muguerza, Zubieta, Aedo, Echevarría, Pablito, Gorostiza, Urquiola, Aguirre, Ignacio Aguirrezabala Chirri II y Unamuno, del Athletic de Bilbao; Luis y Pedro Regueiro, y Emilín Alonso, del Madrid Club de Fútbol; Lángara, del Oviedo; Eguskiza, del Baracaldo; Larrinaga, del Racing de Santander; Areso, del Fútbol Club Barcelona; Marculeta y Bienzobas, del Unión de Irún, y Soladrero, del Arenas de Guecho.
La expedición partió de Bilbao con la determinación de agregar voluntades, en el escenario internacional, para la causa republicana en general y para la cruzada del nacionalismo vasco por su propio Estado semi-independiente en particular. Además, el dinero obtenido en los distintos choques que tenían pactados ya -y de los que fueran surgiendo sobre la marcha- iría a sociedades de socorro y asistencia a viudas, huérfanos y víctimas de bombardeos nacionales, hospitales de campaña y heridos de guerra. El equipo Euzkadi demostró, durante su periplo, que iba a ser algo más: un grupo de extraordinarios futbolistas vascos asombrando al mundo con su talento, y un producto propagandístico de enorme impacto para el nacionalismo vasco. De facto, fueron un brazo político más del Gobierno de José Antonio Aguirre, y Luis Regueiro -quien se incorporó al equipo ya en Francia, junto a su hermano Pedro y su compañero madridista Alonso- ejerció como portavoz ideológico desde que asumió la capitanía de la selección. El 26 de abril de 1937, casi al mismo tiempo que la Legión Cóndor destruía Guernica, el equipo Euzkadi aplastaba al vigente campeón francés, el Racing de París, en un abarrotado Parque de los Príncipes de la capital francesa. Tal fue el asombroso estreno de la escuadra verde. El 0-3 final estuvo acompañado, por supuesto, de diversos actos políticos en los que los jugadores cargaron con su doble condición de deportistas y altavoces propagandísticos: visitaron la sede de dos periódicos parisinos de izquierdas (Paris Soir y Ce Soir. Aparte, Regueiro tuvo que dar un speech en Radio París, propalando punto por punto el argumentario del PNV y del lehendakari Aguirre acerca de la fraternidad atávica del noble pueblo vasco perturbada por la horda fascista y todo eso, háganse una idea) homenajearon el túmulo al Soldado Desconocido y confraternizaron con la plantilla del Racing de París. Hundida la moral del equipo tras conocerse en Francia la noticia del cruel bombardeo alemán sobre Guernica, el capitán Regueiro se destacó notablemente en la tarea de motivar al grupo lo suficiente como para afrontar otro amistoso en Toulouse. Regueiro, hombre de gallardía incuestionable, afrontó múltiples y variopintos desafíos a lo largo de esta odisea: como hemos visto, además de jugador y capitán, también hubo de hacer de psicólogo de un colectivo muy afectado por las noticias que llegaban de casa y, más adelante, se vio a sí mismo como orador político ante una tribuna repleta de miles de personas, en mitad de la Unión Soviética, en una súbita posición de portavoz simbólico de la causa vasca donde seguro jamás imaginó verse cuando en 1936 levantaba la Copa de la República junto a sus compañeros madridistas en Valencia.