Fútbol y guerra: la epopeya de los vascos (I)

Hay algunas historias que merecen ser contadas, y a lo largo de la Guerra Civil española sucedieron muchas dignas del epíteto de inolvidables. A pesar de que el último partido de fútbol oficial en España, hasta 1939, fue la final de Copa entre el Madrid y el Barcelona (el Supermatch de Mestalla) de junio del 36, el balompié continuó vivo durante la guerra. No obstante, fueron muy pocos los encuentros meramente deportivos que se disputaron en España en aquellos tres años: el fútbol (que vivía su propio proceso de profesionalización en ese tiempo, no exento de polémicas de índole estructural y cuasi filosóficas entre quienes se agarraban a la lírica del amateurismo y quienes ya montaban el caballo ganador del fútbol-industria) se convirtió, por supuesto, en una estupenda herramienta propagandística para republicanos, socialistas, comunistas, anarquistas, nacionalistas, carlistas, monárquicos, falangistas y mediopensionistas. Como para no serlo, dado el percal de esa España que se desangraba. Este país, matrioska gigante, acoge en su seno innumerables contradicciones y particularidades: como, por ejemplo, la de unos católicos de derechas empuñando el cetme por la legalidad de un parlamento frentepopulista ante el pronunciamiento de unos militares de mayoría conservadora que pronto convertirían el conflicto en una guerra santa. Todo, por supuesto, absolutamente coyuntural. Así nació la Selección de Euzkadi en 1937. Como un medio para un mensaje.

Los embriones de esta iniciativa fueron 4 partidos disputados entre febrero y marzo de 1937 en San Mamés. El golpe de Estado de julio de 1936 había sorprendido a los futbolistas de vacaciones. Casi todos habían vuelto al terruño a pasar el impasse veraniego. Las tres provincias vascas, que no habían sucumbido al Alzamiento, contaban con una de las mejores añadas de futbolistas de la Historia del balompié español: piezas clave en Madrid, Barcelona, Athletic, Betis, Sevilla u Oviedo, leyendas como Ciriaco, Quincoces, los Regueiro, Lángara o Zubieta deslumbraban también en la jovencísima Selección Española de fútbol, formada por primera vez para los JJOO de Amberes en 1920. En el invierno de 1937, nítida ya la conciencia entre los españoles de que la guerra no iba a ser breve ni sencilla, los dos principales partidos del primer gobierno autónomo vasco de la Historia -Acción Nacionalista Vasca y el Partido Nacionalista Vasco- decidieron aprovechar la circunstancia de que casi todos los ilustres del foot-ball regional estaban refugiados en sus pueblos para organizar un partido. El choque sería, a la vez, acto político e iniciativa recaudatoria: los carteles lo anunciaban como Partido Pro Avión Euzkadi. Un Air Force One para la Lehendakaritza, dicho en plata. Puede apreciarse ya el grado de independencia de facto del que gozaba el gobierno autónomo vasco dentro de una República que, en aquel invierno, comenzaba a recuperar paulatinamente el poder efectivo y real sobre toda su administración; poder que había perdido tras la desintegración del Estado en las horas siguientes al golpe militar del 18 de julio. Además, contaba con la promoción de uno de los múltiples periódicos surgidos en medio de aquel torbellino ideológico: Tierra Vasca. Antonio Aguirre, el primer lehendakari -también exfutbolista- , junto al alcalde de Bilbao y el cónsul soviético, presidió el partido, disputado en Bilbao ante 22.000 personas. Era el 7 de febrero de 1937. Acabó 7-5 a favor de ANV, quien contó entre sus filas con Eguía, Euskalduna, Aedo, Julián Ramón, Bienzobas, Marculeta, Rejón, Iraragorri, Lángara, Bata y Oyaneder. José Iraragorri El Chato, celebridad del Athletic de Bilbao y miembro de la Sección de Sanidad de ANVjugó y entrenó al mismo tiempo al combinado que, en aquella ocasión, vistió de rojo. Por su parte, el conjunto peneuvista -de blanco- formó con Ispizúa, Pablito Areso, Cilaurren, Soladrero, Zubieta, Larrondo, Unamuno, Gurruchaga, Mandaluniz y Gorostiza. Entre los dos equipos, once jugadores que ya habían sido internacionales con la Selección Española. José Mandaluniz militaba entonces en el Español de Barcelona. Daba la curiosa casualidad de que era primo del Chato Iraragorri, aunque esto no sea más que otra anécdota que no viene a reforzar -¡Dios nos libre!- la sospecha general acerca de la endogamia característica de ciertas clases sociales de Vasconia que presumen de un RH sanguíneo anterior al emperador Augusto.

El match fue un éxito: Aguirre exclamó ante la tribuna unos sonoros ¡Gora Euzkadi! y ¡Viva la República!; se acumuló un taquillaje de hasta 8.000 duros; el abuelo de Iturralde comenzó a labrar la fama de extravagante polemista que arrostraría su nieto, dos generaciones después, por los campos de España (las malas lenguas le atribuían una complicidad especial en la misteriosa liberación de Lángara, el estelar goleador del Oviedo y pichichi de las tres últimas Ligas quien era tenido por faccioso y estaba recluido por ello en el buque-prisión Quilates, a la sazón en Bilbao) y Mandaluniz exigió una revancha. El replay se programó para finales de marzo. La formación peneuvista iba a tener la oportunidad de resarcirse de la derrota y el lehendakari Aguirre iba a seguir recaudando para su avión y para su causa. Daba forma ya, en su cabeza, a un proyecto propagandístico que le había sugerido el periodista Melchor Alegría: un equipo netamente vasco que jugase por medio mundo exportando la imagen del Gobierno Autónomo y recolectando simpatías, dinero y publicidad para la lucha republicana contra el fascismo. Pero aquel 21 de marzo todavía quedaba algún tiempo para eso. Ese día volvieron a jugar los equipos de ANV y del PNV con un resultado que a pocos sorprendió: 3-0 a favor de los peneuvistas. Jugaron prácticamente los mismos, y más de uno sospechó que la victoria del equipo de Mandaluniz era un amaño para propiciar un tercer partido. Se jugó, como los otros dos, también en Bilbao, pero esta vez el equipo rojo no representó a ANV ni el blanco al PNV: dos combinados vascos neutros se enfrentaron en un choque cuya recaudación fue destinada a la suscripción popular que en toda la España republicana se organizaba para financiar un nuevo Komsomol, buque mercante soviético hundido por la Marina nacional en otoño del 36 y cuya tripulación penaba en un presidio de Málaga, incomunicada y, podemos imaginar, sufriendo las de Caín. Este partido terminó 7-2 a favor del conjunto blanco. Sin embargo, hubo otro partido, entre el primero y el segundo de esta trilogía protagonizada por ANV y PNV, que constituyó un germen quizá aún más determinante para la futura concepción de la Selección de Euzkadi: el duelo entre la Selección de Vizcaya y la de Guipúzcoa.

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