Había cierta aprensión entre el madridismo, muy dado a toda clase de sortilegios y esoterismos, antes del partido de anoche. Si esta afición es capaz de convocar un suicidio colectivo tras una victoria ante la Juventus, qué no iba a deparar un parón de dos semanas. Lo de la FIFA es escandaloso: se aprovechan de la pasividad de quienes sostienen el negocio -los clubes- con una impunidad obscena: ciertas federaciones, como la brasileña o la argentina, son auténticas organizaciones gangsteriles que juzgan sobre la propiedad de los futbolistas como si ellas costeasen sus generosísimas fichas. El caso es que el Real Madrid llegó a Almería sin Varane -cuya inflamación de la rodilla hace caer las cotizaciones en el Ibex 35- y con la añoranza ya bucólica de Khedira. El panzer se rompió para toda la temporada en un absurdo partido amistoso de su selección, y Ancelotti tendrá que aprender a vivir sin las oscuras blitzkriegs con las que Sami equilibraba la columna de su equipo. La ausencia del box-to-box deja a Xabi y a Modric sin testaferro, y al equipo sin el llegador más esencial en las dos áreas. En la propia limpia, en el medio fija y en la ajena da esplendor a las estampidas de sus compañeros sobre la portería rival. Tampoco Modric fue de la partida, y Ancelotti probó con los dos euskaldunes en el puesto de mando y situó a Alarcón por delante: fue la primera vez, desde que llegó, que el malagueño anduvo por el territorio natural de su talento. Como si estos quince días no hubiesen transcurrido, Cristiano Ronaldo entró en el Estadio del Mediterráneo como si empezase la segunda parte. Con los reactores en marcha, el portugués parecía tener prisa por finiquitar el trámite y regresar a casa. Esto se tradujo en que a los tres minutos de juego ya había marcado el 0-1 y a los cinco tronó con violencia sobre Esteban, el arquero del Almería. Con la ira de un dios antiguo, Ronaldo golpeó la pelota, furibundo, y al portero sólo le dio tiempo a pensar si ese balón tenía un airbag por alguna parte que amortiguase el cebollazo. No fue gol, pero sí la fotografía del arranque: un Madrid agresivo como pocas veces se recuerda en sus cabalgadas hacia el limes.
A medida que avanzaba la primera parte el Almería, otro de esos grupos de honrados trabajadores del fútbol que sobreviven en la élite como si fuesen chatarra espacial flotando alrededor de la tierra, consiguió batir las líneas madridistas y conocer a Diego López. En un par de ocasiones forzaron el eslabón más débil de la anoche sobria defensa blanca -Ramos- y llevaron la melé a las barbas del guardameta gallego, quien resolvió sin dificultades el tiroteo de fogueo local. Arbeloa ocupó el lateral izquierdo con la solvencia habitual, y Carvajal se afianza en el derecho. Es digno de elogio que tras varios y terribles exámenes parciales suspendidos, el muchacho evolucionase desde cierta seguridad defensiva y una mejor selección de sus incursiones ofensivas. En algunos aspectos me recuerda al Marcelo más puberto: desordenado, con un cartel de neón a su espalda y excesivamente confiado en su calidad técnica. De todas formas, parece que se asienta, lo cual es una extraordinaria noticia para el Madrid pues a Carvajal se le adivinan prometedoras virtudes. En la segunda parte, Alarcón le bajó los plomos al duelo. Imantó el balón y junto a Cristiano puso el termómetro al partido y ahogó cualquier intento de revuelta local. Ronaldo tuvo que abandonar: a Aquiles se le subió la Ilíada al gemelo de la pierna izquierda y tanto el jugador como el entrenador decidieron que tras hundir a Suecia con una actuación homérica y encarrilar el match para el Madrí, el héroe necesitaba un descanso. Cuando el respetable volvía a recurrir a los tópicos sobre Benzema, el francés se sacó de la chistera el gol de la noche. Ipso facto fue cambiado, y por primera vez en algún tiempo Karino resultó decisivo en provincias. Bale, el propio Isco y Morata sentenciaron una salida a priori angustiosa pero que acabó siendo un agradable fin de semana en el sur de España. El Madrid de Ancelotti continúa carburando. Desde Estambul, al principio, no se obtenía placer de una visita a esos andurriales por los que el destino obliga al Madrid a ganarse la eternidad, y esto no puede ser sino un claro síntoma de progresión adecuada del equipo. Mientras la afición sacia su agonismo de rigor en cuitas menores, el Carlettosistema avanza adaptándose a las circunstancias: queda por ver, en plazas más complicadas, si Illarramendi de interior es una solución o un parche; si Carvajal ya no tiene pesadillas por las noches; si este Pepe punk no deja de tomar el litio y mantiene la sobriedad actual, y si la banda izquierda, huérfana, recupera a alguno de los dos laterales más inestables de la élite mundial.