Para mi generación era la cuarta visita a Turín. Las dos primeras, en Delle Alpi, fueron traumáticas pues supusieron eliminaciones, finales de ciclo y ciclogénesis explosivas. La tercera, en el Comunale, estuvo revestida de un insoportable hedor a decadencia y muerte. Esta última, en el flamante Juventus Stadium, era una especie de reverso luminoso del partido jugado en noviembre de 2008: un sol naciente plagado de molestos nubarrones, un parpadeo incesante que no termina, etcétera. El Madrid, de naranja, holandés, propició una imagen fabulosa. La de Modric, o Cruyff reencarnado en un elfo croata trotando, melena al viento y gesto encorvado sobre la pelota, sobre el césped piamontés en actitud de imantar el juego con obsceno dominio sobre el balón. Pero antes de que Luka domeñara la batalla y cebase el arcabuz de Cristiano Ronaldo, la Juve había teletransportado al Madrid a una pequeña Alemania. Su nuevo campo me recordó al Westfalenstadion de Dortmund casi tanto como la defensa con la que formó de inicio Ancelotti: Ramos en el lateral derecho, Pepe y Varane en el eje, y un lateral lusoparlante en la izquierda. El problema, más allá de lo táctico, radicó en que cinco horas antes de las 20:45 las ondas, amigas del capitán del Real Madrid, ya lo sabían. Esta deleznable defección, una más dentro del vestuario antes de un partido trascendental, frunció el ceño de los más escépticos. Carletto apostó por dos laterales tan efectistas como frágiles, y sobre ellos se aupó la Juventus para cargar sobre la portería del portero suplente del Madrid. Llorente, otra vez, bombeó balones al costado de Pogba y Tévez como un pívot descargando sobre el perímetro, y el balance ofensivo italiano no pudo ser más académico: pelota a la espalda de Sergio, cambio de orientación a la nuca de Marcelo y melé cancerígena en el área pequeña de Casillas. Así llegaron las ocasiones más notables del equipo de Conte, que propiciaron una buena parada del yerno de España, así como un inquietante despeje a los pies de sus centrales y una salida en falso que volvió a recordar al vuelo atolondrado de un gorrión pipiolo. El problema es que el muchacho tiene ya treintaytantos, y de zagal sólo tiene los defectos, que siguen siendo los mismos. También las virtudes. Así fue su partido: clásico. Buenos reflejos, malos despejes y acochinamiento en tablas. Varane no cuajó su mejor partido como madridista y, sin embargo, volvió a ser el mejor de la línea de 4. Parecía una división de los cascos azules apagando los fuegos que iban dejando los tres mastuerzos que compartían defensa con él.
Suyo fue, no obstante, el penalty. Al filo del descanso Pogba entró con un machete en el área, como un tutsi dando un garbeo por un poblado hutu. Varane lo desarmó limpiamente, pero Howard Webb pitó penalty. Parecía que la expulsión de Chiellini en el partido del Bernabéu debía ser compensada, y Vidal transformó el castigo con un chutazo inapelable. El Madríd sólo había disparado dos veces entre los tres palos, y el trivote de la medular no podía conectar con los velociraptors de arriba a causa de múltiples factores. Entre ellos, la ausencia de movilidad de los delanteros y la zapa que Llorente y Marchisio hacían sobre Xabi Alonso. En la segunda parte todo cambió. A Martín Cáceres, un extra de las películas de Van Damme que juega en la Juventus, se le apagó la luz y cedió atrás un balón desde el centro del campo. Le cayó a Benzema justo en línea de tres cuartos, y Karim, que no la había tocado en toda la primera parte, la acarició como si fuera una de las bolas de dragón. Por su izquierda vio entrar a Ronaldo montado en la nube mágica de Goku, y Cristiano acribilló a Buffon cambiándosela de palo y elevándola por encima del flequillo de SuperGigi. A los dos minutos, Xabi se encontró una pelota botando en la media luna juventina, y la golpeó con la izquierda como si fuese un pelotari reventando un frontón donostiarra. Del larguero subió hasta el cielo de Turín, y cuando bajó la tenía de nuevo Cristiano Ronaldo. La Vieja Señora estaba traspuesta, y el portugués batió líneas con una zancada de centauro. Cuando parecía dispuesto a fusilar el marco rival, vio a Bale entrando por su derecha. Gareth controló y sin tiempo para respirar la colocó con el interior en la cepa del poste izquierdo de Buffon. 1-2 y el partido a los pies del Madrid. La Juve, vencida y eliminada, parecía sacar la bandera blanca pidiendo cuartel: no seáis cabrones, y dejadnos así, pretendí escuchar. Los rebuznos de Rivero y las simplezas de Sanchís en la tele de todos los españoles me impidieron oírlo con nitidez, y justo cuando agarré el mando para subir el volumen vi a Martín Cáceres enviar un centro que era una botella tirada al mar con un SOS escrito con sangre en un papel. Casillas, por supuesto, se quedó debajo del larguero esperando a que escampara, y Llorente burló a Varane y metió la testuz, enviando el balón al fondo de las redes. 2-2, y el Madrid que, a partir de ahí, se conformó con un empate que pudo haber sido la primera victoria en Turín desde el Siglo de Oro pero que, sin embargo, acabó en un armisticio diplomático. El Real se fue con la clasificación en el bolsillo y los de Conte se guardaron un último hálito de vida en la competición. Otra vez será.