Telebeneficencia

El término no es mío, sino que pertenece a Internet, naturalmente. Se ajusta a lo que quiero decir como un guante de seda. Recientemente el diario El Mundo se hacía eco de un artículo, publicado en el periódico francés Le Figaro, donde al lector de allende los Pirineos se le desmenuzaba cierto programa de la televisión pública española. Este programa es «Entre todos», un espacio abominable dirigido por una periodista andaluza a quien Le Figaro, amablemente, describía como «hipervitaminada» y de la que contaba que «anuncia a los telespectadores, cual vendedora de feria, las peticiones de los invitados». El periódico editado en París concedía con hipervitaminada una indulgencia cuasi plenaria a la susodicha, así como a los espectadores, a los que no hizo referencia al tiempo que calificaba el espacio como «un programa que promueve la caridad privada». La elegancia francesa, supongo, impidió al reportero tachar de fariseos contemporáneos a quienes se sientan cada tarde delante del televisor buscando aliviar su propia conciencia doliéndose, detrás de la pantalla, con la miseria ajena. Sin embargo, yo no he venido a hablarles de «Entre todos», sino del formato que lo inspiró, «Tiene arreglo». También dirigido por Toñi Moreno hasta el verano pasado, en la NSDAP del socialismo andaluz, Canal Sur.

Toñi Moreno tiene un concepto retorcidamente grotesco de la conducción de espacios en televisión. Quizá no sea ella, quizá sea su contexto: sanluqueña y por completo mimetizada con el ambiente arrabalero, gritón, destemplado y como de bazar turco que domina la vida pública, el ágora, de cualquier ciudad de Andalucía occidental. Toñi es hija de su ecosistema. Ser periodista y trabajar en un ente público no es motivo suficiente, según parece, para limitar su natural estentóreo rayano en la zafiedad. Ella es natural como el pelo Pantene, y quizá ahí resida gran parte de su éxito entre el público andaluz, tan identificado con una mujer que presenta un programa de televisión cual pescadera voceando el género en su puesto de la plaza de abastos. Es uno de los suyos. Tiene arreglo seguía idéntica mecánica que su remedo nacional. Alguien salía en pantalla exponiendo una ruina, siempre de orden económico. Muchas veces el origen del drama personal en cuestión era un niño, generalmente con alguna enfermedad grave, extraña y dura: el recurso de la infancia es especialmente útil -y nauseabundo- en una sociedad profundamente matriarcal como la andaluza. La tragedia, individual o familiar, era despedazada limpiamente, en trozos gradualmente mayores conforme aumentaba la carga emocional del programa, por la experta mano de cirujana de Toñi Moreno. Eso hay que reconocérselo: maneja los tiempos del melodrama con maestría de dramaturgo. Cuando las calamidades de los míseros protagonistas ya están apiladas encima de la mesa del atribulado televidente, Toñi les da lo que quieren escuchar: ¡solidaridad! ¡llamadas a tutiplén! Un volcán de caridad colectiva erupciona en directo, y la presentadora se desgañita, liberando el verdulerismo de su modus operandi: se desata. Grita, patalea, toca las palmas, agradece a todo el mundo con los ojos en blanco y da vueltas sobre sí misma y alrededor del plató como poseída, como un chamán, o como uno de esos predicadores negros del Mississippi. Lo de Toñi en Tiene arreglo es gospel catódico y el público que asiste a la grabación en directo -una excursión del IMSERSO, target absoluto de Canal Sur- participa de una coreografía dirigida para poner énfasis, ovaciones y griterío en los puntos álgidos de la representación dramática.

El problema, no obstante, no lo tiene ella, sino quien la ve. Toñi Moreno y la telebeneficencia no es la enfermedad, es el síntoma. Hemos alcanzado un oscuro estadio moral en el que, como sociedad, sentimos asco de nosotros mismos viviendo holgadamente en medio de la destrucción de la crisis. Necesitamos Toñis Morenos que nos pongan delante -a la hora de comer, cuando la abundancia se materializa, y se hace carne, y vino- la escasez que no padecemos, para que podamos exclamar delante del televisor «¡qué suerte tenemos de no ser pobres!». Es un escape, una salida, un alivio ético. La tele pública, siempre atenta a ofrecer la metadona que demande su público, nos da la oportunidad de ejercitar la solidaridad. Los telespectadores de Tiene arreglo pueden sonreírse mirando cómo una cascada de limosnas se derrama sobre la cabeza del pedigüeño. ¡Qué solidarios somos los andaluces! ¡Qué privilegio, vivir aquí! La telebeneficencia anula la crítica. ¡Para qué, quiá! La conciencia no tiene sitio en un espacio diseñado exclusivamente para satisfacer una necesidad, y no precisamente la de quien va a pedir la caridad ajena a un plató de televisión: la de un público que, a falta de sinagoga donde ir a depositar el donativo y presumir de ello, acude a la televisión para quedar en paz consigo mismo y con Dios. Toñi les da el show, les acerca las tablas de la ley, bailotea sobre ellas, dirige su demagógico puntero hacia el corazón del telespectador: ¡ya puedes sentarte a comer tranquilo, has cumplido con tu buena acción de hoy! ¡Aleluya, hermanos! Toñi triunfó en Andalucía con un liderazgo abrumador en el share autonómico. Por eso dio el salto a TVE, donde toda España descubre ahora a una comedianta excepcional cuyo descaro es infinito a la hora de vestir de seda una mona repugnante. En mitad de la crisis económica y social más devastadora, ella hace carrera a costa de exponer en su puesto del mercado los dramas cotidianos, abismales, de los juguetes rotos de la España que se creyó rica. 

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