Daneses haciendo el tour del Bernabéu

El FC Copenhague visitaba Chamartín, y como es obligado, el club puso el museo del Bernabéu a disposición de los turistas daneses. Por eso jugó Casillas. Ancelotti parece haber encontrado su pasillo de seguridad situando en la cocina a Illarramendi y en la puerta del salón a Khedira. Por en medio circula Modric, alrededor de quien gira todo el sistema solar del equipo. Emocionalmente inestables tras la visita de Simeone y sus albanokosovares, los jugadores se mostraron cómodos vertebrándose en torno al mediocentro vasco y el paracaídas tejido por Luka y Sami. La virginal pureza de los chicos de Solbakken permitió a Marcelo corretear libre por el prado que se extendía entre él y la portería nórdica: cuando el adversario no ataca la ruta 66 que empieza en el dorsal del brasileño, las cabriolas de Marcelo se vuelven homicidas para la defensa contraria. El entrenador del Copenhague es un tipo curioso. Pertenece a esa entrañable casta de técnicos tan pasionales como un fandango; es tan capaz de caerse delante de su banquillo jurándole por Thor al árbitro, como de agarrar por el cuello a Guardiola con la furia asesina de un antiguo vikingo. Tiene todas las papeletas para ser el primer entrenador del fútbol mundial que muere en directo de un jamacuco. Cuando sus muchachos estaban saliendo de la Sala Di Stéfano del museo, Marcelo colgó desde Copacabana un centro maravilloso al área chica. El portero salió tarde y Cristiano no se arredró. 1-0.

Casillas, quizá emocionado por tamaño homenaje de su colega danés, fue engullido por una melé a la salida de un córner y Modric evitó que la gracieta le costase a Ancelotti un susto, y que un rubicundo hombre del norte de nombre impronunciable pudiera contarle a sus nietos que marcó un gol en el Bernabéu. Por suerte para sus compañeros, el portero suplente del Madrid ya no salió más en pantalla. Varane, tan añorado, mantuvo la calma en la zaga con el pragmatismo de un agente de aduanas, y el partido lo sellaron los tres futbolistas de más talento sobre el verde. Fue como un calambrazo. Di María embocó de nuevo el pico derecho del área danesa, y Benzema fue otra vez el keyplayer. Pisó, se giró y taconeó al espacio, por donde volvía a entrar el argentino, descerrajando el flanco del Copenhague. Casi en línea de fondo, el Fideo centró de rabona desde algún descampado de Rosarioy CR7 electrocutó al portero con un fulminante cabezazo al primer palo. De ahí al final, carrusel de cambios y festival del canibalismo: el mejor Di María desde noviembre de 2011 remató una noche soberbia con dos buenos goles que califican con un notable su inicio de temporada. A pesar de caer en el cepo del Cholo el otro día, Fideo está reencontrándose a sí mismo, de lo cual la hinchada se congratula, puesto que de mantener este nivel es, qué duda cabe, el jugador número 13 del Madrid de Ancelotti. En el descuento y ya con 4-0, la afición del Bernabéu, siempre señorial con quienes la visitan desde tan lejos, le regaló a los chicos de Copenhague el bonus track de su tour por el estadio: la actuación de su más joven ex-futbolista, a la sazón capitán, y un remake de las viejas ovaciones demagógicas tan de moda en Chamartín a finales de la primera década del siglo XXI. Casillas parecía una cabra bailando sobre una banqueta. Lo que no vi fue al gitano tocando la pandereta.

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