Fútbol de ayer y de hoy

Al principio fue el Verbo, y cuando Dios repartió los dones, al Madrid le tocó el cantar de gesta y el truño atemporal en los campos de provincias. Indiferente a entrenadores, estrategas, jugadores, épocas, presidentes, estilos, esquemas, dibujos y hechicerías, hay un tipo específico de partido que se repite como una maldición de Jacques de Molay: los 90 minutos en los que 11 zombis vestidos de blanco son zarandeados por una turba embriagada por el olor de la sangre. Este tipo de aquelarres suelen abundar en años de crisis de identidad, cambios, revoluciones a medio hacer o de tumultos en los cuarteles. Ninguno de los entrenadores que han pasado por Concha Espina en los últimos 20 años ha esquivado este conjuro. Como las sequías, las crisis de la economía de mercado y las películas de Almodóvar, el sopor infumable del Madrid en provincias siempre vuelve. La mayor parte de las veces, estos paseíllos a medianoche suelen terminar con el Madrid frente a la tapia de un cementerio, desjarretado y con la Liga rumbo a Barcelona. Pero hay ocasiones en las que el azar, la imprevisibilidad del balompié, o la bruja Lola, liberan al equipo de una caída mortal con algún triple tirabuzón de épica factura como el penalty a Pepe de anoche en el Martínez Valero, cuando Muñiz Fernández ya se preparaba para finiquitar la comedia. Ese tipo de goles, como uno que marcó Helguera en Villarreal hace 9 o 10 años en una nuit del foc similar, son los que yo llamo de campeonato. No se merecen, ni tampoco sabe uno realmente por qué esos sí entran y otros, más claros y en mejores partidos, se van al poste o fuera. Qui lo sá. Pero fútbol es fútbol, como dijo Boskov, y dijo bien. Antes de que Cristiano ejecutara con cierto rictus prusiano el penalty de la victoria, el Madrid de Carletto estaba a dos partidos de la tête de la course. Ahora, tan sólo a uno. Puede parecer un detalle bizantino, pero así se han perdido imperios. El Real terminó la verbena como siempre quiso el patriarca Bernabéu: ganando al final, y con una decisión dudosa del árbitro mediante. Elche parecía la Puerta del Sol el 2 de mayo de 1808, saludando jovialmente el paso de los jugadores madridistas, y Diego López volvió a ser la estrella de las canciones de una afición local. Se pita al que se teme, y al que te jode, como dejó sentenciado Santo Tomás. Enganchado al brillante estado de forma del portero gallego, el Madrid espera a Varane como los judíos el maná en el desierto: el gol del empate ilicitano retrató todas las miserias de una línea defensiva cuyo pecado capital es la carencia constante de concentración. Ya asoma la proa del Atlético Aviación por la Castellana, y viene crecida la tropa. La suerte es que Ancelotti parece predestinado en el Madrid, y a esa elección de los hados es difícil hacerle frente, por más que Ramos y el 4-2-2-2 se empeñen. La realidad es obstinada, pero la tyche del Real lo es más.

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