Un fantasma recorre Europa, y anoche pasó susurrándole miedo a Casillas en el oído justo cuando un balón sin historia sobrevolaba el balcón de su área. El aullido de los cincuenta mil jenízaros botando sobre el barrio del Gálata se le incrustó en medio de la parrilla intercostal, y de entre la cuarta y la quinta costilla le brotó Diego López, como Eva saliendo del tórax de Adán. Tanto tiempo construyendo un drama nacional por la titularidad perdida, para esto. A los quince minutos de partido, el Madrid recuperó a su portero titular, pero las sensaciones sobre el Turk Telekom Arena seguían siendo las mismas que las de una partida de cristianos deambulando desnortados por entre leones y gladiadores. La presencia de Arbeloa, a pesar de su ubicación contra natura en el lateral izquierdo, aseguraba empaque a una defensa que sólo necesita que alguien se asome por encima del muro para que de repente le salten, como hebras de una tela vieja, todas las costuras. Modric, Khedira y Di María sostenían en la medular el empuje intermitente de los turcos de Fatih Terim, quien rugía en la banda incitando a sus muchachos al asalto permanente. El Galatasaray estuvo a un tris de derribar la muralla cuando un cabezazo picado -abajo, donde matan- de Felipe Melo obligó a Diego López a poner sus ciento noventa y seis centímetros de madridismo al servicio de la epopeya. Necesitamos héroes normales, gente como el vecino del sexto o el panadero de la esquina, cuya calvicie no se oculte tras ridículos implantes de Peter Pan. Por eso Diego es un excelente ciudadano, amigo de sus amigos, que cuando huele la presencia de los malos tira la bomba de humo, busca un rincón, se rompe la camisa y sale volando hacia el skyline vestido de Superman, con la misma grácil normalidad con la que ayuda a cruzar a una abuelita o abraza compungido en la banda al no-galáctico de Móstoles.
La vigilia duró lo que tardó Alarcón en disfrazarse de Kun Agüero. Con la izquierda metió plomo a una pelota caída desde la exosfera, con el culo levantó un fortín entre su espalda y el central adversario, y con la derecha definió a lo capocannoniere: rasa, fuerte y a la cepa del palo corto. Control, pausa y disparo: ejecutó La Mozambiqueña como el mejor de los SEAL. Si Hemingway lo hubiese visto desde el tendido seguramente habría aplaudido su canónico parar, templar y mandar. Luego de esta estocada, el Madrid fue consciente de que del tiroteo había salido ileso, y en la segunda parte aprovechó para arrojar a su manada de velociraptors sobre la espalda del Galatasaray. Detrás de sus laterales se abrió el Bósforo y en él se hundieron los esforzados jugadores turcos, chapoteando por entre la estela blanquísima de Cristiano Ronaldo, Benzema, Di María y luego Gareth Bale. La goleada se desató como una cascada sobre la cabeza de Muslera, y el Real abre la Copa de Europa con seis goles a domicilio. Por momentos el Madrid rozó lo impúdico: sus delanteros parecían pirañas en medio de una charca llena de corderos moribundos. El techo de este equipo está todavía muy lejos, y quizá, también, el equilibrio entre la parada militar en Estambul y la verbena dominguera de Villarreal. Cabe imaginar que Casillas volverá a la titularidad europea ante la amable platea del Bernabéu, aunque siga sin haber argumentos estrictamente deportivos para justificar la suplencia de Diego López en Copa de Europa. Afrontar la aventura equinoccial con un arquero presionado, fuera de forma y emocionalmente inestable no parece lo más sugerente, aunque la ceja de Carletto es inescrutable, como los caminos de Dios. Sin embargo, los chicos de Ancelotti despertaron ayer el apetito insaciable de la bestia, cuya pasión se alimenta de la avaricia implacable del madridista por acumular títulos, victorias y cabezas de sus enemigos. El ethos madridista es como un niño malcriado, o como un nacionalista catalán. A partir de ahora, como reza la canción, sólo queremos más.