Ligeramente desenfocado

Hace años que lo llevo pensando y anoche se me confirmó: por cada partido grande que el Madrid ha jugado en su historia, está condenado a firmar cuatro o cinco correcalles insoportables como el consumado el sábado en El Madrigal. Vodevil atrás y a base de electroshock delante, el Real jugó otro de esos partidos rococó que tanto enternecen al tifosso. Un Villarreal eléctrico y agresivo somatizó el espíritu de aquelarre tan español que bullía como una fiebre por el graderío de su estadio, y hostigó a un Madrid cuyos carrileros, ADN Valdebebas, tenían la rocosidad de una gelatina. La pareja de centrales parecía una de cincuentones pasados de rosca buscando gresca en un after: lo de Pepe-Ramos es trágico. Hace dos años eran la línea Maginot y hoy recuerdan a Stallone y Swarzenegger rompiéndose el bótox con delanteros de Segunda. Diego López se vistió de acróbata y sostuvo al equipo. ¡Qué placer, un portero que despeja hacia los costados y no al pie de sus zagueros! Esto duró hasta que Bale marcó uno de esos goles inolvidables no por su factura sino por el momento: este velocípedo galés está llamado a formar parte del club de los acariciados por la gloria madridista. Como Hércules regresando del primer trabajo, no escondió nunca la cara y dejó varias carreras que ocultaban eróticas promesas multiorgásmicas para el madridismo rockanrolla que ama la violencia y la cabalgada salvaje a través del llano en llamas. Al lado, Cristiano armando el trabuco y Benzema atándose el pañuelo en la cabeza para que no le salpique la ignorancia de los necios: un Madrid bandolero en busca del botín. Empate tras fecha FIFA que alteró al siempre premenstrual hincha blanco, pero el avión sólo está despegando. Aunque Carletto haya decidido facturar a Casillas, aun a riesgo de que el paquete exceda el peso permitido y haya que pagar la demasía.