Era casi el descuento. Minuto 88, 89 o por ahí. Diego López había ganado un balón dividido en su área a un delantero granadista, y como buen perro viejo, se había echado a rodar un poco por el pasto del Nuevo Los Cármenes, compadreando con el reloj al sentir que su equipo llevaba algunos minutos achicándose peligrosamente en tablas. De repente fue como si una chispa hubiera prendido el graderío local: ¡Iker, Iker, Iker! comenzaron a gritar, como si fueran judíos pidiendo la liberación de Barrabás. Al más puro estilo Berlanga, la afición granadista me hizo vibrar, removiéndome algo por dentro. El partido llevaba siendo un truño durante casi toda la segunda parte, y ese brote inesperado de boinismo provinciano -tan español, tan nuestro, tan de aquí- tocó una de mis fibras sensibles: la del odio. Inmediatamente después el Madrid volvió a perder mongólicamente otro balón en la medular, y el Granada, henchido sobre la portería blanca, hacía brotar justo detrás de mí el comentario con el que la España cautiva de la propaganda mediática marca su territorio a la menor oportunidad: ¡qué vergüenza de Madrí!». Fueron dos momentos únicos que me movieron a identificarme por primera vez, de forma nítida, con el Madrid de Ancelotti, activando este último comentario el resorte de la ira, que en las circunstancias bélicas que rodean perennemente a este equipo, resulta muy útil a la hora de afrontar la terrible actualidad cotidiana. El rencor artificial que España alberga contra Diego López es una cosa digna de estudio. Tras 8 meses de trabajo silencioso, constante y modélico, este país continúa dejando que un sanedrín compuesto por gorrinos amancebados y agitadores políticos profesionales le señale con el dedo al becerro de oro con el que han de seguir cargando como un rebaño de cabras montesas prestas a balar muy fuerte por su ídolo de Móstoles. El debate en la portería parece cerrado, aunque quizá, tras el debut ante el Betis, ya lo estaba: a nadie se le ocurre cambiar de guardián una vez iniciada la competición. Mientras tanto, el Madrid sale de la trinchera con seis puntos en el zurrón y la nómina de futbolistas asociativos más grande de su Historia reciente. El potencial algorítmico de estos bailarines de claqué es infinito, aunque el rockstar del grupo, cuyo arranque está siendo dubitativo, aún tenga que romper varias guitarras antes de entonar el primer hit de este Madrid Soprano.
Boinismo provinciano… gorrinos amancebados… nunca cuatro palabras definieron mejor a la prensa y a los antimadridistas que pueblan los estadios.
Soberbio, como ya nos tiene acostumbrados, Don Antonio.