A cuenta de los ERE en Andalucía y la posible -más que probable- imputación de José Antonio Griñán con la consiguiente dimisión y convocatoria de elecciones autonómicas anticipadas, se especula en tertulias y columnas de opinión con un hipotético resultado post-electoral en, digamos, 2014. El escenario más factible, paradójicamente, es el de una holgada victoria socialista. En este caso no estoy seguro de si el adverbio es preciso o sobra, puesto que la obscena incongruencia moral que supondría el que los andaluces legitimasen masivamente en las urnas al partido del que, como un octopus gigante, han salido los brazos que han saqueado las arcas públicas de la Junta, está fuera de toda duda; sin embargo, la aquiescencia moral de ese pueblo para con el socialismo raya en la complicidad cuasi íntima y eso, además de ser un hecho probado para cualquiera que conozca Andalucía, ha quedado demostrada en multitud de ocasiones anteriores. Una más, honestamente, no me iba a sorprender. Conociendo el percal. Por que, EREs aparte, el Partido Socialista Obrero Español ha convertido Andalucía en su cortijo, a la manera de los antiguos latifundios señoriales en los que se dividieron los reinos andaluces tras la Reconquista. Desde 1978, la región más poblada de España, y quizá la que cuenta con una mayor diversidad en sus recursos naturales, es también, o sigue siendo, la última en cuanto a nivel de vida de sus habitantes, a renta per cápita, a desarrollo estructural y a generación de riqueza, empleo y crecimiento. También es el principal granero electoral del socialismo español. Como los clásicos sátrapas de la Antigüedad, gobiernan el territorio suspendidos en una telaraña socioeconómica y cultural tejida pacientemente -durante tres décadas, nada menos-. Sobre ella, un colchón. Mullido colchón hecho a base de clientelismo, favores, manipulación social a través de medios de comunicación y de la malhadada instrucción pública, y de toda una red de estómagos agradecidos guarecidos bajo un colosal paraguas administrativo, sobre el que la jerarquía socialista descansa tranquila. Segura de su posición. Tanto que se permite la frivolidad de pulsar el pause del botón político cada vez que una turbulencia agita las aguas internas del partido bajan escrofulosas, gangrenadas (no es de extrañar si manan de un nido de víboras y reptiles).
Y es que en la anulación sistemática de la alternancia política en Andalucía confluyen una serie de factores demográficos, culturales y estrictamente políticos que voy a reseñar a continuación. El primero es de orden histórico: la Andalucía rural vota con la zurda. La del campo, la vieja y estrecha Andalucía de los olivares interminables, las casas blanqueadas y las lomas bajas con las que Windows dibujó su ondulante fondo de escritorio una vez que Bill Gates debió veranear en la campiña de Jerez. La herencia de cuatro décadas de franquismo ha vertebrado aquí un corpus pseudo-ideológico en la psyque profunda del andaluz del agros, hijo de la masa de braceros sin tierra de los años 30, de la propaganda frentepopulista y de la laboriosa, casi mirmidónica, labor de zapa sociocultural del establishment socialista post-78. La contraposición entre ciudad y campo es en Andalucía más dramática si cabe que en cualquier otra parte de España. El sur urbano, burgués y universitario, hace mucho tiempo que abandonó la demagógica atalaya del Andaluces levantáos, pedid tierra y media de gambas; por contra, extramuros apenas nada ha cambiado, a pesar del fiasco tan obsceno de la segunda modernización de Andalucía, de los índices de paro críticos, de la desindustrialización lacerante y del atraso tecnológico respecto de todas las regiones de la zona euro. El abrazo del oso socialista todavía constriñe la mirada crítica del andaluz intergeneracional, de entre 35 y 65, que no ha terminado la ESO, lee el Marca y cuadra en su cabeza con precisión alemana los meses que necesita para cubrir el subsidio de los 400 euros por desempleo terminal. No digamos ya el efecto pernicioso que siete reformas educativas y el legado filial que ese mismo andaluz deja a los que vienen detrás: hoy, aún, mucha gente contempla como algo normal y cotidiano el que un niño de 13 años deje el colegio y en absoluto se plantee la universidad no ya como desafío sino como instrumento de prosperidad para su futuro inmediato.
Lo demográfico viene explicado, en parte, por la completa inoperancia de un Partido Popular andaluz cuyo departamento de comunicación debe estar subcontratado de forma vitalicia a la familia Picapiedra. Incapaces de diagnosticar cuál es su punto de partida –señoritos cortijeros, nietos del Caudillo, la oscuridad más demoníaca, etc- aún hoy, 30 años después de encadenar derrotas electorales en Andalucía como Poulidor administraba segundos puestos en el podio de París, demuestran una kafkiana autocomplacencia a la hora de enfocar comunicativamente la manera más adecuada mediante la cual puedan explotar las bazas propias, y ajenas, que en este momento tienen en Andalucía. La victoria pírrica de Javier Arenas en marzo de 2012 es un botón de muestra extraordinario: pocas veces un candidato afrontó unos sufragios con tan abrumadora ventaja sobre su adversario, y casi ninguna vez en democracia un rival se presentó a las urnas en una posición tan débil como José Antonio Griñán. La campaña pepera no pudo ser más apática, desinteresada y grotesca: el corolario fue la renuncia de Arenas a un cara a cara televisado frente a Griñán. Andalucía son arenas movedizas para el PP, y si sobre el piso resbaladizo patina un elefante borracho de absenta, es probable que la hostia se escuche hasta en Fernando Poo. Ignorantes de que la movilización de la Andalucía urbana, culta, cosmopolita y liberal es su única oportunidad de hacer frente a un sino histórico-cultural negativo, campan a sus anchas por una turbia zona intermedia, condenados a ser la segunda fuerza parlamentaria en Sevilla y a vivir en la nada más absoluta y ominosa hasta el fin de los días. El Virreinato, a pesar de la crisis, los escándalos de corrupción que habrían acabado con cualquier otro ismo que no se hubiese ocupado antes de tejer la manta con la que ahora se arropa el PSOE en Andalucía, sigue su curso. Inalterable al desaliento, al paso del tiempo, a los avatares del destino. Es probable que si mañana a Susana Díaz -la cantera del establishment sociata andaluz es como la Masía, una producción fordiana de querubines en serie- le descubriesen tres o cuatro cuentas en Suiza repletas de dinero público, a la satrapía del puño y la rosa solamente le bastase con mover una ficha de su gran tablero sureño para seguir gobernando las 8 millones de almas más parecidas a una mansa grey que ideólogo político alguno pudo haber soñado jamás.
Magnífico, como siempre.
Hace unos cuantos años escuché una entrevista a Arenas en Onda Cero. Me quedé perplejo cuando vino a decir, más o menos, o esa idea transmitió, que el PP en Andalucía tenía que seguir peleando, pero no estaba en absoluto convencido de conseguir la victoria alguna vez. Dio la sensación del funcionario que ha terminado su trabajo nada más desayunar. Ni él mismo creía en ello. Y me lo imaginé, en su escaño del Congreso, y desde la presidencia del PP andaluz, haciendo oposición como un simple trámite.
Así es, por eso cuando ha tenido una posibilidad real de ganar las elecciones, no ha sabido qué hacer, como los malos delanteros que de repente se ven solos delante del portero y la tiran fuera o se la quita el defensa. Actitud funcionarial, cumplir el expediente, y ninguna voluntad real de cambiar lo establecido, básicamente por que no son conscientes ni de los recursos de que disponen ni de cuál es su punto de partida.