Illarra

El Madrid ha hecho oficial el fichaje de Asier Illarramendi, con el que parece se inaugura una interesante dinastía de mediocentros guipuzcoanos que amenaza con colonizar Vasconia mediante la conquista silenciosa: mocosos de cinco años que nacen al fútbol pidiendo a sus aítas euskaldunes la camiseta del Madrí con el 14 y el 24. Illarramendi suena a brigadier carlista. Siempre soñé con que el Real jugase con un centrocampista apellidado Zumalacárregui, como el general. Illarra es lo más cerca que voy a estar de aquella fantasía fetichista. A mí me da mucho por los nombres, es una rareza que tengo. Por eso este fichaje cumple con el perfil patronímico que le exijo cada año a la plantilla madridista. Rubio, peinado corto, pendientes oscuros, nombre barojiano, a Illarra lo mismo lo podríamos ver de blanco en el Bernabéu que con una sudadera negra y unos vaqueros rotos quemando un autobús en Fuenterrabía. El aire borroka puede venir maravillosamente bien a este grupo carente de toda competitividad sucia, sí, esa que hace ganar Clásicos a navajazos y pasar eliminatorias turbias revirtiendo ambientes hostiles, arbitrajes malayos e inferioridades propias. No he visto jugar más de un partido a Asier Illarramendi, pero todo los intangibles los tiene de su parte, aunque en la presentación decidiera convertir la Castellana en la plazoleta de su pueblo y sus amigos tuviesen las bolsas del Dia con la cocacola, la ginebra y los vasos de plástico escondidos detrás de los asientos de la grada lateral oeste. Y el Madrí se lo permitiera. Aunque esto último me sorprende menos: cada vez tengo la tentación de quitarle la i latina acentuada al nombre del equipo de mis desamores, repaso el vídeo de la presentación juventina de Llorente, y se me pasa.

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