Uno de los suyos

«Hay quince autonomías ficticias que no necesitaban ni Parlamentos ni observatorios de turismo». Lo ha dicho Felip Puig, consejero de la Generalidad de Cataluña. A la sazón, insigne miembro de CiU y, por lo tanto, político de profesión. Lo que quiso decir, todos los sabemos, es que sí, que es verdad. Que hay que apretarse el cinturón. Y adelgazar la Administración pública. Claro que sí. Pero que lo van a hacer otros, por supuesto. Voy a transcribir aquí lo que pasó por su mente antes de que la corrección impuesta por la mojigatería tan propia de la burguesía catalana -y la de todas partes- impidiera al señor Puig soltarse como a él le gustaría. Como le estaba pidiendo el cuerpo. «Sólo nosotros, y nuestros amigos los gudaris del tronco de Guernika, tenemos el derecho inalienable a la autonomía política. Que estaba muy bien que los muertos de hambre de Murcia, Extremadura y La Rioja os creyéseis reyezuelos cuando había pasta de sobra. Pero nosotros somos el pueblo elegido y nuestro autogobierno emana directamente de la gracia de Dios. Así que os vais a joder, merluzos. Por habéroslo creído». Esto es tan inaceptable, tan ofensivo para con la inteligencia propia y ajena, que, por supuesto, nadie va a tener el coraje de reprochárselo públicamente. En la palestra política española escasea la decencia personal, y los tribunos con la gallardía suficiente como para afrontar estas situaciones con la dignidad que el propio cargo exige. Gente a la que el clientelismo y los favores debidos y prestados le importen un soberano pimiento. Ni en el Gobierno, ni fuera de él. Chantajes sin tapujos, amenazas en absoluto veladas y desfachateces como las de Puig no pueden obviarse; ni tan siquiera disculparse en aras de una armonía institucional que, como bien ha demostrado la Historia, no es más que ficticia -y muy interesada, coyuntural- tratándose el catalanismo secesionistas mafioso. Sin embargo, no esperen más que capotazos disimulados y dontancredismo por parte de los representantes de un Estado desbordado, obsoleto y deslegitimado por la ausencia de contacto entre la realidad y el interés parasitario de una casta política retroalimentada por la degeneración global de la sociedad. Lo que el señor Puig merece es una respuesta contundente. Su patochada sólo subraya el carácter profundamente egoísta, amoral y cuasi xenófobo del secesionismo catalán. De todos los secesionismos ibéricos, en realidad. La superioridad étnica que se arrogan los hijos de la burguesía textil catalana y su reescritura constante de la Historia rebasó hace mucho el paroxismo y la indignidad: únicamente puede ser derrotada por la firmeza y por el coraje. Virtudes del todo ausentes en la partitocracia nacional, que pasará la mano por encima del lomo del Hombre del Carmel a la manera de los cariñosos pescozones de los padres a los hijos cuando éstos se comportan de un modo apropiadamente travieso. No en vano, Puig es uno de los suyos. Mientras tanto, el Estado sigue sin afrontar la necesaria amputación de los miembros gangrenados, y con el rediseño constitucional en el limbo de los wishful thinking, cada día hay más españoles nadando entre la vindicación de una verdadera realpolitik y la marejada grande que los está hundiendo en el desempleo y la ruina.

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