A colación de lo que denunciaba MellonRhum ayer aquí, en esta misma tribuna, me surge un pensamiento acerca de lo endogámico de un sistema a mi juicios indestructible precisamente por esa cuestión: está protegido por una intricada ingeniería social creada ad hoc para asegurar su supervivencia. Un Matrix grotesco.
Imagínense por un momento a esa legión de políticos anónimos, gregarios del pelotón general de la partitocracia, a los que sólo ponemos nombre cuando se meten un piñazo en una carretera cubana o se travisten de Juana de Arco trucha en congresos internacionales justo el tiempo que tarda en emitirse una pieza del telediario. Imagínenselos a todos, juntitos y en fila de a uno. A los que ocupan despacho y escaños en parlamentos, asambleas, diputaciones y mancomunidades, sin más mérito que el de lamer los culos oportunos y enganchar el final de cualquier carrera universitaria con el principio de una carrera burocrática en alguno de los grandes partidos. Imagínenselos. A todos esos, trajes grises sin brillo, chicos para todo en Ferraz y Génova, pegacartales, recogefirmas y aplaudemítines, que como hormigas se han labrado una vida de dietas, hoteles, findes en Bruselas y politburó, saltando de secretarías a delegaciones y de juventudes a fundaciones como quien tira los dados en el juego de la Oca. Visualícenlos, por un instante, lejos de la gran ubre estatal, teniéndose que valer por sí mismos, como todo hijo de vecino. En la puta calle.
Una verdadera tragedia.
Pues bien, todo ese ejército de muertos de hambre con despacho y secretaria, chófer y coche oficial, no es más que el cordón umbilical con el que la partitocracia engorda parasitando a un Estado elefantiásico cuya manutención sufragan los -cada vez menos- españoles que trabajan. El Estado de las Autonomías, hijo putativo de la Constitución del 78, alcanzó las proporciones de un zeppelin durante aquellos felices años de la burbuja. El dinero caía del cielo como el café llovía en el campo, y de la teta del crédito ilimitado mamaba hasta el tonto del pueblo. Lo público se convirtió entonces en un Frankestein diabólico al ritmo que mileuristas se hipotecaban por una Harley-Davidson. Ahora, el propio establishment ha activado su sistema inmune en cuanto ha visto retorcérsele el colmillo al españolito arruinado, desempleado e hipotecado.
Puesto el foco de la ingobernable deuda pública sobre los mordiscos a la educación y a la sanidad, la blitzkrieg mediática ha barrido de la opinión pública todo atisbo de debate sobre el verdadero problema: el modelo de Estado, cuya estructura pseudo-federal ha parido un engendro en el que los partidos monopolizan la iniciativa política de la sociedad civil, erigiéndose en las empresas de contratación con más empleados de toda España.
Recortar en materias de casi indiscutible importancia y dar una sonrojante voltereta olímpica sobre la insostenible carga de un millón de administraciones públicas superpuestas, redundantes, inservibles e irritantes, es abyecto y roza lo criminal. Ni PP, ni PSOE, ni tampoco IU -ahí tienen a Valderas, el bolivariano, enchufando familiares a direcciones generales y proponiendo una ampliación de la bancada parlamentaria andaluza nada más tocar pelo en la Junta, tras lustros de outsider- van a acometer nunca la refundación de un Estado delirante por que, sencillamente, viven de él. A ver a dónde iban a mandar a todos esos chupatintas que medran en consejerías autonómicas, embajadas culturales, oficinas lobbystas en Bruselas y secretarías interregionales de Melollevismo Crudo. Que no saben hacer ni la O con el fondo de un cubo ni tampoco están dispuestos a aprender. Es mucho más eficaz subir el IVA, cobrárselo a los autónomos antes de que facturen, quedarse con el IRPF de las nóminas aunque sean de sólo 400 euros y seguir vampirizando una sociedad civil moribunda que va perdiendo día tras día el colchón familiar, quedándose a un paso de considerar la alegalidad como la única salida en firme de este enorme tsunami de mierda.