Habeas corpus

Iba a hacer una crónica así, ya saben, minimalista y conceptual, sobre el partido de anoche, pero la verdad es que no tengo ni ganas ni recuerdos. Ataqué al abordaje el Four Roses y me despatarré en el sofá, delante del ordenador, contemplando la final como un corresponsal de guerra extranjero bebiendo ginebra desde el balcón de su hotel mientras la artillería serbia bombardea la costa croata. Lo de anoche fue un poco eso. Al terminar la prórroga, el Bernabéu parecía un almacén de pirotecnia en llamas: el ethos madridista saltaba por los aires que daba gusto, haciendo graciosísimas cabriolas de luz y color por el cielo de Madrid. Como eran unos fuegos artificiales con banda sonora, de fondo se podía oír claramente el mugido feliz de la España de los cuadros negros de Goya. Una cosa extraordinaria. Por eso yo hoy, ahora, no he venido aquí a hablar sobre un partido de fútbol que podría resumirse diciendo que el karma aprovechó la coyuntura para saldar con un vale descuento en McDonalds los 14 años que ha llevado olvidándose del mendigo de la boca del Metro de Acacias. Ni siquiera sé muy bien a qué he venido hoy aquí. Supongo que el cuerpo me pedía escribir algo, y como me apetece casi tanto, o más, que tragarme medio litro de nitroglicerina, acabaré este texto lanzando una propuesta, a quien la quiera recoger: Madrid Football Association. Zamarra y calzas blancas, sin publicidad. Medias negras, como las de 1902. Propiedad colectiva y dirección asamblearia, por supuesto, por que si lo único que somos para el sistema es una secta llena de facciones, habrá que hacer las cosas como tal. Crear un fondo común, o eso que los modernos llaman ahora crowdfounding y que de toda la vida de Dios fue una suscripción popular, y comenzar jugando en los campos de albero de Primera Regional renunciando a los títulos que no ganamos por las heridas que sí nos hicieron. Recuperando, naturalmente, la incomparable sensación de manchar el blanco nuclear de libertad, buscándola ahí donde en realidad está la libertad: en el fango, en el barro, en el albero de los campos de la periferia, en la mirada de cada uno de los rivales a los que, de pronto, no vamos a atacar con un palmarés de parque temático, sino con la vieja y puta hidalguía que nos hace estar aquí hoy, otra vez, sin haber mandado todo esto ya al carajo.

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