Por @MellonRhum
Hace unos días me comentaba una amiga que a causa de la muerte de su madre se había creado un caparazón, hecho de una cordura desconocida que sólo da el intentar sobrevivir en mitad del dolor más genuino y absoluto, que le hacía estar bien hasta en las situaciones más desagradables. Me descubrí en sus palabras sin haber perdido yo a ninguno de mis progenitores. Imagino, bueno, sé que a lo largo de los años a todos nos toca nuestra ración de sufrimiento. Venga de una manera o de otra todos padecemos en la misma medida. Como dice el dicho inglés: la hierba siempre se ve más verde en el jardín de tu vecino.
Y es que con el pasar de los años aprendes a racionalizar lo que te pasa, ganando cabeza fría y perdiendo corazón, por más que jurases a los 16 que eso a ti no te pasaría. Ella lo llama caparazón, yo armario de las cosas rotas. No descarto que de aquí a que me toque echar cuentas el armario sea un vestidor o incluso un trastero entero. En ese armario metías las pequeñas imperfecciones de tus padres con doce años. Después en la adolescencia, deseabas meterte tú entera y ser de otra manera para encajar mejor. Resulta que si no lo haces no te equivocas, incluso aprendes mucho, te conviertes un día en lo que querías ser, pero ese es otro tema. Así, poco a poco, el armario se queda lleno de nada: la nada que hace espacio a todo lo que vendrá después. Con la ayuda del armario superas cosas importantes. Golpes duros que compartimentados, primero se hacen llevaderos, después son recuerdos borrosos y al final otra vez nada. Y es que a pesar de tener la cabeza mucho más fría que antes las cosas aún duelen, requisito principal para saber que sigues vivo. Lo que pasa es que ahora cuando algo se rompe, ya no te molestas en arreglarlo. Bueno sí, un par de veces. O quizás más, pero si a la cuarta o quinta resulta que el exceso de pegamento impide el arreglo, el almacenamiento se produce de forma automática. Eso ganas con los años: la práctica que facilita ya de por sí el proceso de facilitación de la existencia que es ya de por sí el propio armario. Tú mandas, tu cerebro obedece y sigues adelante con las cosas que te importan, que importan al menos de momento.
Eso sí, como nota al consumidor, les diré que es importante hacer limpia de la nada de vez en cuando. La suciedad en el alma o en el armario puede llevarte al nihilismo y eso al menos a mí, me produce aversión y miedo. Más miedo que la propia infelicidad en sí.