Cuenta Jenofonte, el primer madridista de cuya remontada se tienen noticias, la historia de ésta en su Anábasis. Hoy su análogo sería la libretilla azul donde Mourinho apunta sus inescrutables jeroglíficos, sus líneas y geometrías misteriosas, disposiciones tácticas y la lista de la compra que le encargó su mujer. En la Anábasis se relata la excursión de unos cuantos hoplitas griegos al interior del imperio Persa en busca del botín que el príncipe Ciro les había prometido a cambio de que con sus espadas y lanzas le aupasen al trono de su hermano Artajerjes. Los griegos, aparte de ser los fundadores de la civilización occidental y de construir maravillas intemporales como la Acrópolis, también eran unas putas que, naturalmente, se vendían al vil metal, como todo hijo de vecino. El picnic de los muchachos de Jenofonte llegó hasta Cunaxa, que es como decir donde Cristo pegó las tres voces y se quedó sin cobertura. Allí le dieron matarile a Ciro, y los griegos dijeron que aquella ya no era su guerra y que se piraban a casa. Los ejércitos persas, los que habían combatido junto a ellos hasta ese momento y los otros, los de Artajerjes, como era de esperar, dijeron que antes de marchar les iban a convidar a una barbacoa donde el menú sería ateniense a la parrilla. Es el primer caso de madridista en contexto hostil que tiene que abrirse paso hasta su destino a puro huevo. Los griegos, como el Madrid de Mourinho, se encontraron con cuatro goles en contra y muy poco tiempo para ganar la salida hacia el mar. También, como nuestros muchachos, se vieron abandonados incluso por los que creían amigos, aunque esa no es una rareza en una afición abocada a la ciclotimia y la efervescencia adolescente.
Como una banda de rock huyendo campo a través perseguidos por una jauría enfurecida después de que el batería hubiese desvirgado a una moza del pueblo mientras sus compañeros hacían la prueba de sonido, los griegos dijeron maricón el último y recorrieron 4000 kilómetros en dirección al mar con los persas zumbando como moscas detrás de la mierda. Así ha caminado el Madrid de Mourinho desde que en junio de 2010 The Special One aterrizase en Concha Espina como el rockstar absoluto del fútbol mundial. Tras tres años navegando entre aguas infestadas de tiburones, falsos amigos, enemigos declarados y sacerdotes del oprobio cuyo único leitmotiv es zancadillear al gigante para destriparlo a gusto cuando ya no se pueda levantar, el Madrid de Jenofonte y los hoplitas de Mourinho se enfrentan mañana al monstruo final del juego. Sin embargo, como si Dios quisiera manifestar su madridismo antes del partido contra el Borussia, una extemporánea nevada ha tapizado los alrededores de Madrid de un blanco mesiánico, purificador, incontestable. Cuenta Jenofonte en su Anábasis que remontando las montañas de Armenia, una terrible nevada sorprendió a sus muchachos en mitad de la nada. Para sobrevivir, cada hoplita se metió debajo de su enorme escudo. A la mañana siguiente, los enemigos, desconcertados ante la desaparición de los griegos cuyos restos pensaban despedazar, corrieron despavoridos ante la imagen de todo un ejército surgiendo de las entrañas de la blanquísima nieve. La metáfora es inevitable, como el cosquilleo al pensar que sólo queda un día. Que nieve sobre Madrid justo cuando la Europa meridional rescata el bikini del armario es el último prodigio que se nos muestra a nosotros, satánicos adeptos del Madrid rockstar de Mourinho. Es imposible no creer en que el martes cenaremos borussios de primero y periogolfos de segundo en el Txistu, o con Lucifer en el infierno.
No creer es de mediocres. Hasta el final, aunque perder sea la muerte.
AS ARMAS!
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¡Dame un borussio que lo crujo!