Entreacto

Era este un fin de semana de entreguerras. El madridismo comienza a oler la mecha del arcabuz encendiéndose, y para matar los nervios convirtió el partido contra el Betis del sábado en un festivo vodevil con Casemiro como cómico itinerante invitado a entretener al personal. Hacía una bonita tarde de primavera, el sol radiante de Madrid invitaba a hipotecarse con tal de no quitarles la sonrisa de la cara a los niños -¡no olvidéis a los niños!- llevándolos de merendola al Bernabéu, y Alemania aún quedaba muy lejos. El jolgorio duró lo que tardó Marcelo en cerrar mal un contragolpe bético y joderse los isquiotibiales. Fue un primer augurio, y a todos se nos quedó el cuerpo como cortado: de repente el sol empezó a ponerse y nos dimos cuenta que llevábamos todo el día bebiendo en vaso ancho y las calores nos habían desacompasado la sesera. Teníamos frío. Ya, ni siquiera el joven bigardo Kashmir, el box-to-box amazónico con el que Mourinho volvió a reírse de los periodistas deportivos que infunden delirios de grandeza a jóvenes don nadie como Jesé, nos hacía gracia. No obstante, Casemiro evocó por ratos a Emerson, no al viejo con garrote que vino con Capello, sino al fabuloso mediocentro de extraordinario fuelle táctico que gobernó Italia durante años bajo el sobrenombre de Puma. Buena planta, pase en largo y ausencia de miedo escénico. Sin embargo, cuando el entreacto parecía encarrilado, Modric caía al suelo y tanto en el Bernabéu como en cada TL y barra de bar, todos gritamos hombre al agua y nos echamos las manos a la cabeza. Al ver a nuestro niño de la guerra yéndose túnel de vestuarios abajo, en apariencia desconsolado, el cuerpo se nos fue destemplando más y más. Debajo de los últimos hielos a medio aguar, en ese poso repugnante de coca cola y rives que nos queda tras el último viaje al centro de la tierra, nos parecía ver, con mirada turbia y paso dubitativo, a Kaká correteando inofensivamente por el campo del Bayern en una prórroga antigua y como dibujada en sepia. Con la salida de Modric, el Bernabéu se fue despoblando, y la tramoya del vodevil liguero fue dejando paso, entre las butacas vacías de la siempre fiel infantería pipera, al chispeante atrezzo de la Copa de Europa. Esa fue la señal definitiva de que el madridismo no tolera demasiado bien la comedia frívola y el drama ligero con el que se nos intenta amenizar la víspera de la gran tragedia esquilea, pues está probado que nosotros somos gente de acción.

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