Devaluación interior

De habernos sobrevenido esta crisis económica hace 20 0 30 años, una de las posibles salidas hubiese sido la de la devaluación monetaria: le hubiéramos quitado valor a la peseta, y a vivir. Eso ahora, con el euro, es imposible, con lo que hemos quedado abocados a la inevitable devaluación interior: de costes, precios, salarios y rentas. Por devaluación interior yo entiendo además otra cosa: la que tenemos que llevar a cabo nosotros mismos, en dura pugna con lo que pensábamos que íbamos a ser y el punto desde el que debemos partir en realidad para lograr no ser lo que jamás creímos que podríamos acabar siendo. No sé si me explico. El caso es que aprecio en torno a mí una suerte de voluntad de cigarra que lleva a casi todos mis amigos, familiares y conocidos, a planificar su vida no ya desde el cortoplacismo más partitocrático sino desde la estacionalidad hecha forma de vida. Aquí se piensa en términos de invierno y verano, como si aún dominase la psyque del pueblo español una mentalidad netamente recolectora. Craso error, a mi juicio, cuando atravesamos un desierto sin Moisés que nos guíe ni tierra prometida que nos espere en ninguna parte. La devaluación, más allá de consistir en un ajuste legal de las condiciones de trabajo en España para hacer de nuestra economía algo competitivo y homologable en un entorno donde jugamos en franca desventaja, debe ser psicológica, y tan individual como colectiva. Hemos de asumir la mentalidad del cazador y meternos en el pellejo de un nómada, pues se asoman tiempos de acecho, constancia y salto de mata. Romper la no linealidad de nuestro horizonte, y tomarnos la vida como un avance permanente por territorio enemigo. Los españoles todavía seguimos esperando la llegada del verano como los judíos aguardaban el maná que caía del cielo. Algo saldrá en verano, seguro. Fijo que la cosa mejora, y al menos tenemos cómo pasar mejor el invierno. A una mala, que nos quiten lo que bailemos en la playa, borrachos de ron Hacendado mientras se nos hacen los ojos chiribitas mirando a las guiris en bikini con ojos de Alfredo Landa. Quizá esto no sea más que reminiscencia de la espera anual de la flota de Indias: es posible que aún visualicemos en nuestra mente el río de fortuna o al menos, sonrisa del azar que acompañaba siempre a aquellos barcos cargados de oro y plata cuando arribaban a nuestras costas; o quizá sea algo mucho más simple: seguimos siendo Los Bingueros, solo que 40 años después, y con estudios. La estacionalidad de la esperanza es una cosa como muy antigua, como muy de postguerra, y de ese rasgo psicológico tan propio de nuestros abuelos no hemos logrado desprendernos ni siquiera a la cuarta o quinta generación. Seguimos esperando el milagro de los panes y los peces estival que nos permita afrontar el invierno, puesto que al españolito de a pie el invierno se le figura como siete años de frío glacial, guerras y Caminantes Blancos trepando por el Muro. Lo puto peor. La devaluación interior que pregonan hemos de implementar, desde Bruselas hasta Tarifa, para ponernos al nivel de los alemanes o los franceses, sólo es técnica (y económica) en los papeles. La verdadera batalla estará en el interior de cada uno de nosotros. En lo que consigamos reajustar nuestras pretensiones de marajá a la realidad de payés que nos espera, estará la clave del asunto.

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