Corea del Norte es un país pequeñito de ahí arriba. A pesar de lo guardiolesco del epíteto, detrás de él se esconde una neo Esparta cuyo único valor en el mundo de 2013 es meramente ornamental. Decorativo. Sociedad militarizada, autárquica y aislada del resto del planeta por un telón cultural de acero, Pyonyang convirtió el estalinismo en dinastía hereditaria bajo la estirpe de los implacables Kim Jong. Tres Queridos Líderes han gobernado el norte de la península coreana como monarcas medievales, deteniendo el tiempo entre sus fronteras mientras a su alrededor la Historia se llevaba por delante el Muro de Berlín, Fidel se hacía de cartón en su satrapía de Cuba y la China maoísta incluía la raya de Nike en el photocall del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista. La tierra siguió orbitando alrededor del sol y en su castillo de Pyonyang el ogro norcoreano descubría que sólo un voluntarioso manejo del Photoshop, y una carrera nuclear vintage, podrían mantener viva la llama de su régimen en el escenario post-11S, y en eso estamos ahora. Como ya glosó alguno de los antiguos monjes-guerreros de Castilla en los ratos en los que dejaba la tizona para empuñar el hisopo, de abuelo caballero, nieto pordiosero, y esta máxima, de austero y leonés rigor humanista, parece que se cumple a la perfección en el tercero de los Kim Jong, Kim Jong-Un, el último de los grandes villanos del siglo XX. Es probable que la única salida práctica que tiene Corea del Norte para mantener el pulso y la bravata con Occidente sea guiñarle un ojo desde lo alto de la cabeza nuclear al Persa Ahmadineyad, y ladrar juntos un rato mientras Estados Unidos saca la calculadora y mide efectos y consecuencias de propinar una colleja en su fachada del Pacífico con la Hacienda en números rojos y China comprando sus emisiones de deuda. Y las de Europa. Mas, viendo las fotografías que desde la propaganda norcoreana se publican del Querido Líder, uno se permite la licencia de dudar si estos ogros rojos post-soviéticos tienen a alguien que les aconseje algo: ni el chándal Adidas de Castro ni el flamante iMac de Kim Jong-Un son lo más adecuado para predicar la rebeldía indómita ante el capitalismo. De esto infiero que quizá la posibilidad geoestratégica de alinearse junto a la Irán de los Ayatolás entre que Estados Unidos se recupera del Vietnam iraquí y Europa sobrevive a la guillotina del euro sea una cuestión demasiado compleja para las mentes de estos tiranos, dinosaurios de la vieja oligarquía que floreció después de que el Gran Mundo fuese arrasado del mapa entre 1939 y 1945. Kim Jong-Un, concluyo, no es sino un malo malísimo de película de James Bond, pero sin glamour ni estilo para morir.
Una nueva misión para James Bond
0