10+10

Del tiempo que Mourinho lleva en el Real Madrid extraigo dos conclusiones: la primera, que la mayor parte de la masa social madridista tiene, emocionalmente, 15 años. La segunda deriva directamente de la primera: hay que cerrar en cuanto se ganen las diez Copas de Europa en fútbol y en baloncesto. En cuanto lo consigan nuestros muchachos en balompié, Florentino debería salir a dar una rueda de prensa multitudinaria y anunciar al mundo nuestra disolución. Todo el esfuerzo institucional y económico se centraría entonces en que los bigardos del parqué ganasen dos Euroligas más. Y se acabó. Bajar el telón con 20 Copas de Europa, marcar el tope histórico, ser los pioneros y dedicarnos a otra cosa. Es la única decisión que estaría a la altura de la Historia del Madrid. El Bernabéu quedaría convertido en un gigantesco mausoleo en el que unos guías turísticos señalarían el banquillo local y explicarían a los niños que en esas butacas de Audi -con ellas comenzó el declive, cuando mullidos sillones hicieron pensar a nuestros jóvenes futbolistas foráneos que era más seguro dormir la siesta bajo la protección de una mampara que salir a corretear por la banda con el aliento a Grefusa de un señor de Palencia pegado al cogote- se sentó el mejor entrenador europeo desde Helenio Herrera, quien tuvo a bien vivir y sufrir por todos nosotros para lograr la redención de nuestras almas. El precio del ticket incluiría, por supuesto, una visita a Valdebebas, donde los neo-madridistas, considerados adoradores de una lengua muerta -como el latín- y por tanto despreciados por secta, contemplarán los cuerpos fosilizados de Jesé y Toril con lo que aprenderán la terrible lección que dejó la erupción del Vesubio mourinhista. Este legado neoclásico y un puntito renacentista será la contraposición perfecta a la maquiavélica herencia que dejará Disneylandia el día en que las autoridades clausuren su factoría genética de La Masía tras el hallazgo de los fetos de los Messiniestas fallidos, cuyos cuerpos amorfos de 50 centímetros de longitud y tres piernas -queríamos más posesión, la posesión total, declarará Guardiola ante el juez- estarán apilados en botes de formol, en los trasteros de los laboratorios del Doctor Segura. Cuando el Madrid deje de ser un club de fútbol para constituirse como una sección propia de Patrimonio Histórico Nacional del Ministerio del Interior, una inmensa bandera blanca -más grande aún que la rojigualda de Colón- será izada sobre el Paseo de la Castellana. En ella, con fuente old english se grabará un 20 negro. Coronado, por supuesto. Ese será el final de la Historia predicho por Fukuyama: la victoria absoluta sobre la muerte.

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