Desde pequeño me fascinó el nombre del lugar tradicional donde se concentra la selección francesa de fútbol. Clairefontaine. Pasando con fruición las hojas del Marca -el Marca es como el pagafantismo, ¿quién no lo ha comprado con asiduidad en su niñez? ¿quién puede negar, con la desfachatez del adulto, la ilusión con la que de púber corría hacia el kiosco para ver si Ronaldo seguía entrenando solo en Appiano Gentile, castigado por Cúper mientras el madridismo tenía los ojos puestos en sus rodillas?- en esos veranos interminables que sólo eran la antesala del enésimo golpe galáctico de Florentino, uno veía las fotos de Zidane llegando a Clairefontaine en helicóptero y sólo podía admirarse. ¡Terrible diferencia con España! Aquí, cuando todavía no éramos ni guapos, ni simpáticos, ni ejemplo para los niños de África, uno tenía que conformarse con ver a Rubén Baraja, David Albelda, Raúl Bravo y Morientes correteando con desgana por la pradera seca y amarillenta de Las Rozas. Evidentemente, no es lo mismo. Y mi mente joven e impresionable, ávida de nuevas sensaciones y boato, captaba la sutil diferencia entre el glamour de entrenar en un sitio llamado Clairefontaine, al pie de los Alpes, y la rusticidad ibérica de hacerlo en una pista de atletismo a medio hacer llamada Las Rozas. Podía imaginarme a Henry, elegantemente ataviado con un polo echado con gracilidad sobre sus hombros, tomando un café con unas gotas de Cuvée 1888 sentado en una butaca Luis XVI, mirando las nevadas cumbres del Mont Blanc al atardecer mientras la última luz del crepúsculo se reflejaba en la estrella dorada que coronaba al gallo del escudo francés. Podía visualizar el costumbrismo neoclásico de la grandeur del balompié. Crecí creyendo en esa grandeur -culpa de Florentino-, por eso sentía como si me disfrazase de hincha del Aleti cada vez que España jugaba una Eurocopa o un Mundial: cuando nuestra estrella era sólo un sueño, mi mente se proyectaba sobre el páramo árido y amarillo de Las Rozas en junio y sólo veía a Raúl y a Diego Tristán jugando al tute, en chanclas y camiseta, bajo la sombra de un techo de uralita. Es normal que me sintiese como un indio a la orilla del Manzanares pensando en Cristiano Ronaldo. ¿Cómo coño íbamos a ganar a unos tipos que entrenaban en Clairefontaine?
Jamás me vas a hacer madridista… Pero cacho de post amigo
para mí ya es suficiente con que me leas, amigo! 😀