Calcio di attaco

Massimiliano Allegri es un hombre que viste muy bien. A la moda. Es un dandi, arquetipo del italiano apuesto y donjuán, al que los ceñidos trajes italianos le quedan como a un pincel. Joven, alto, moreno. Un figurante de la Roma de Fellini. Anoche, la estrecha corbata oscura con la que se anudó el cuello sobre una impecable camisa de algodón blanco combinaba discreta y a la par, con gracilidad, con la gabardina despreocupadamente abierta con la que se protegía del aún molesto fresco barcelonés. De pie en la banda, con una estudiada pose cuyo muestrario de gestos y aspavientos abarcó desde el manierismo más decadente hasta el hieratismo cinematográfico del perdedor glamouroso, Allegri, con las manos en los bolsillos y la cabeza ladeada, contemplaba afectando mucha gravedad la violación que sus muchachos estaban sufriendo por parte del Barcelona como si fuese el hijo mayor de un acaudalado comerciante judío de Livorno al que su subalterno le estuviese explicando, con la gorra temblando entre sus manos sudorosas, que el barco cargado de negros de Angola que debían entregar en la costa brasileña dentro de un mes había naufragado entre terribles tempestades, perdiendo el lote de morenos, el barco, al experimentado capitán genovés, a su sobrino que iba de grumete y, por supuesto, el dinero del pago. Así fue el partido de vuelta de octavos de final de la Copa de Europa entre Barcelona y Milan. Allegri se encontró, al terminar la ida, con un inesperado capital. Con una gigantesca bolsa de oro en forma de 2-0 a favor. Decidió invertirlo en algo seguro. Compró un barco. Lo acondicionó para hacer de negrero. Contrató a un viejo lobo de mar, algo propenso a la bebida, pero con fama de fiable. Embarcó al joven hijo de su amadísima hermana, para que el niño supiera lo que es la vida, se espabilase, y dejase de andar tras las faldas de las hijas del servicio. Los mandó a un puerto portugués en Angola, a por negros. Era un trato fácil. Sólo tenía que buscar a cien negritos en buenas condiciones, y transportarlos hasta Brasil, donde ya tenía apalabrado un jugoso trato con un colono hacendado. Así fue el partido de anoche. ¿Qué podía salir mal? Allegri sabía que habría mala mar. Era prudente esperar una semana más. Aguantar y no jugarse la carga. Pero el joven Massimiliano, joven, guapo, elegante, triunfador, tenía un bonito 2-0 con el que salir en Barcelona a lucirse. Que zarpe ese barco inmediatamente, ordenó. Estamos en el Camp Nou, chavales. Hay que hacerlo bonito. No puede salir nada mal. Están muertos, ¿no los visteis contra el Madrid? Y eso que Mourinho es un culoni que todavía juega al catenaccio. Como nuestros abuelos, que eran pobres y no tenían ni puta idea. Vamos a salir con 3 arriba. ¿Entendido? Y a disfrutar, coglioni, que rossoneri siamo noi y avante toda, copón, que la vida me sonríe, Dios me guiñó un ojo en San Siro y a ver si acabamos esto pronto y volvemos a Milán en loor de multitudes que quiero darle a mi Nicoletta las suyas y las del bombero. Porque yo soy un italiano moderno, visto de Prada y hago calcio di attaco.

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