Antes de que llegase Mourinho, durante esos años en los que el Madrid surcó un mar de los Sargazos lleno de mediocridad y frustraciones, el equipo adquirió como hábito intrahistórico cierta debilidad de carácter y un ánimo competitivo de segunda fila. Anoche, el Madrid sacó en Old Trafford un partido malo que con cualquier otro entrenador hubiese supuesto una eliminación sin paliativos. Mourinho supo competir incluso cuando Ferguson llevaba una hora pasándole la mano por la cara de manera impune. Nani, el eterno émulo de Cristiano Ronaldo, se autoexpulsó, y la roja fue como regalarle un machete a un Madrid desahuciado en medio de la jungla. Modric empujó al equipo hacia De Gea y el United se achicó en tablas como los toros a punto de morir cuando todavía quedaba media hora. En cinco minutos de memorable dominio, el Madrid atravesó la muralla de los diablos rojos y Ronaldo, el jugador franquicia, corrió hacia el centro del castillo mancunian para clavar la bandera vikinga. En los últimos diez minutos el Madrid hizo una pésima gestión de la ventaja y se agazapó alrededor de los centrales, dándole un postrer hálito de vida al equipo de Ferguson que pudo costar caro pero que terminó encumbrando ante el mundo al eterno outsider de las porterías de España. Diego López agarró al Madrid, y Mourinho terminó la semana más épica de su carrera en Concha Espina conquistando no sólo Old Trafford, sino la posibilidad de enseñarle a sus muchachos que los partidos grandes han de terminarse jugando en el campo del contrario. Lo más lejos posible del arco propio. El Madrid, como Jenofonte, sobrevivió, y entre el Real y el mar se abre ahora un horizonte donde cinco partidos plenos de terribilitá le separan del regreso a casa.
Resistir es vencer
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