Cuando dos viejos aristócratas del fútbol mundial, quizá los dos más grandes a nivel estético y mediático, se tratan con el respeto debido a la calidad de sus leyendas, todo el envoltorio que rodea al partido se convierte en un gran papel de regalo, brillante y agradable. El duelo entre Real Madrid y Manchester United es hermoso por la Historia y también por eso. A su alrededor surge una liturgia fascinante, que aumenta en Old Trafford por el misticismo intrínseco a ese imponente estadio. Hay plazas que por sí mismas merecen toda una vida de sacrificio por este juego. El Teatro de los Sueños, Munich, San Siro, Anfield, el Bernabéu. Lugares donde se escribe la gran novela del fútbol internacional, donde todos, de niños, soñamos con tocar las nubes a lomos de nuestros colores sagrados. Si hay estadios cuyo recuerdo es terrorífico para el madridista, Old Trafford se nos infunde como una Arcadia de feliz remembranza, cuyo nombre nos evoca un tiempo de grandeza olímpica tras cuyo perfume corremos, año a año, persiguiendo nuestra propia sombra. Como si fuésemos un Orfeo a quien los dioses le han concedido una segunda oportunidad, volvemos a Manchester con el único empeño de tañer otra vez nuestra lira para así embelesar al fantasma de la Eurídice madridista, muerta desde 2003 en Turín, embaucándola y trayéndola de vuelta en el avión hacia Madrid, con nosotros. Para que no se nos vuelva a escapar nunca más.
Liturgia y mitología
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