Un minuto antes

El comandante en jefe entró, despacio y adusto, en la sala apenas iluminada por el lúgubre neón del techo. La luz blanquecina reflectaba las níveas camisetas de los once jugadores titulares, ya dispuestos para saltar al terreno de juego. De aquél llegaba el eco sordo y distorsionado de la masa rugiente: era un eco hostil. Allí fuera había cien mil personas irradiando un odio tribal hacia lo que representaban. Hacia ellos.

-Hijos, sois el Real Madrid. Normalmente no os lo diría porque esto no significa nada, pero hoy es conveniente que no lo olvidéis. Estamos rodeados de gente que quiere vernos caer. Sólo depende de vosotros hacer feliz a esa gente, o a la nuestra. Recordad que los falsos amigos son peores que los enemigos, y ambos nos acompañan. Lo único por lo que mañana merecerá la pena seguir jugando en el Real Madrid está en el blanco de esa camiseta que lleváis puesta. Tened presente todo lo que os hemos dicho, y sed hombres.

Uno a uno se fueron mirando, siempre en silencio. El jefe había marchado ya, escapándose su delgada silueta por el túnel oscuro que llevaba hacia el tapete verde. Refulgía por la puerta entreabierta el reflejo de las luces del exterior, y por los pasillos rebotaban las voces de los rivales. Nadie hablaba, tan sólo sus miradas. Un grito mudo retumbaba en las sienes de aquellos muchachos, aumentando a medida que se aceleraba el pulso dentro de ellos y se iban quedando solos, consigo mismos. En la quietud solitaria de los soldados justo antes de entrar en combate.

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