El gran problema del Madrid de Mourinho no reside ni en el balón parado, ni en la falta de puntería, ni tan siquiera en las filtraciones a la prensa de un par de capitanes. El meollo dramático de la cuestión es la falta generalizada de cerebro de la plantilla madridista. Es posible que Mourinho ya lo haya advertido, o que incluso lo supiera al confeccionarla, y ahora se esté arrepintiendo de su arriesgada apuesta. The Special One quedó maravillado por la exuberancia física y técnica de los jugadores que encontró en el Madrid, en 2010, y de algunos de los que incorporó el primer año. Nunca antes, en ninguno de los clubes por los que pasó, manejó tal caudal de talento natural. Poniendo todo eso en el tapete, en una especie de all in, Mourinho se jugó toda esa musculatura sin cerebro a la carta de Xabi Alonso: quizá pensó que la inteligencia y liderazgo del tolosarra bastarían para domeñar en el césped la fogosidad de sus hercúleos y medio lelos futbolistas. Craso error. Ahora, a dos partidos del todo o nada, Mourinho cuenta con un equipo en el que Sergio Ramos es el botón de muestra magnífico: estúpido, emocionalmente inestable, infantil, arrogante y pendenciero. Pobre mesnada para torear en dos plazas de mucha altura y mucho resabio. El Camp Nou y Old Trafford exigen jugadores fríos y cuyo orgullo competitivo no se reduzca a palmearse la mano mirando a una cámara tras marcar un gol de mierda en un partido intrascendente. Soy incapaz de imaginarme a Paolo Maldini riéndose con mucho sentido del humor en un programa de televisión de la final de Estambul perdida frente al Liverpool.
Sentido del humor
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