Salvar el mundo debe ser un trabajo terrible. Todo el día de acá para allá, denunciando injusticias, desfaziendo entuertos y repartiendo caramelos de colores entre niños desnutridos. Hercúleo. Por eso yo, que soy más limitado en mis ambiciones, sólo me preocupo de intentar hacer bien las cosas, en la medida de mis posibilidades. Sin dañar a nadie y procurando dejar sonrisas en lugar de ceños fruncidos. Es mi política. También creo, muy firmemente, que aquellos cuyas palabras siempre parecen teledirigidas por Unicef y que se pasean por la vida abriendo mucho los brazos para que todos veamos cuán generosos, solidarios y comprometidos son, guardan en su corazón una prepotencia tan grande como las campanas de bronce de la Giralda. Arrogancia envuelta en demagogia socialdemócrata al servicio del bienquedismo social y del rebaño. Criticar lo propio es un ejercicio sanísimo de higiene mental y culturar, pero tampoco hay que pasarse. Quien diga que Cuba es un ejemplo de democracia y además sostenga sentirse oprimido en España por *el sistema* -ese ente diabólico que nos sobrevuela como una monstruosa nave nodriza y que nos enjaula entre barrotes invisibles, del que proviene todo lo malo- o es tonto, indocumentado o soberanamente gilipollas. España es un país profundamente herido pero al menos aquí yo puedo escribir esto y muchas más sandeces similares sin temor a que en media hora la policía de asalto descuelgue la puerta de mi casa y me requise el ordenador. Antes de darme una buena tunda con toallas mojadas. La democracia jamás es arcádiamente (me invento adjetivos a lo Panenka) idea ni perfecta en ningún lugar del mundo, pero, por supuesto, también en esto hay clases. Democracias y democracias. Libertad, y libertades. Qué cubano no cambiaría, a pelo, a los Castro por los Pujol, aceptando con gusto en el lote a Bárcenas, Camps y a toda la Junta de Andalucía. Que levante la mano. Que lo diga. Así, a pelo.
Democracia a pelo
0