Mientras las huelgas las hagan en la ESO y no en la facultad, Rajoy podrá respirar. Pocas cosas hay más fútiles que un parón académico en la educación secundaria: el neo-bolchevismo anacrónico de iphone y palestino que jamás dejó de existir entre los estudiantes españoles de todo tiempo y lugar es capaz de repetir como megáfonos con patas muy estridentes e ingeniosos estribillos mofándose del jefe del Gobierno, pero no alcanza a comprender un matiz simplísimo. Para un niño de 13 años, no ir al instituto es como si le tocase el gordo de Navidad. Y mientras le digan que no vaya, seguirá apoyando cualesquiera que sea la causa de tal abstención forzosa. Esta puerilidad me recuerda la política de comunicación del Gobierno del Partido Popular: Rajoy, como un estudiante de la ESO remolón, se esconde debajo de las sábanas haciéndose el dormido, aguantando la respiración hasta que su madre le avisa de que puede seguir durmiendo un poco más. Hoy no hay clase, Mariano. Su comparecencia del otro día, a través de una pantalla, también me evoca un sabio refrán popular que explica de manera gráfica que en esta vida o estás dentro o estás fuera, pero que a medias sólo se quedan los paniaguados. Rajoy salió a dar la cara frente a los medios tras el revuelo causado por los papeles de Bárcenas desvelados por El País: pero la puntita, nada más. La esperpéntica fotografía de un supuesto estadista hablándole a la nación desde un monitor, a modo de matrioska, nos lleva inevitablemente a pensar en esas noches en las que Mateo Sagasta, Cánovas del Castillo, Silvela o Maura convertían en nochérnigos de la política y crápulas adictos de la retórica a los madrileños que permanecían clavados en sus asientos de público oyente hasta altas horas de la madrugada en la carrera de Los Jerónimos. Eran otros tiempos, y otros hombres. Otra España, y otra política. Hasta el más rufián de aquellos españoles del último tercio del siglo XIX gastaba lo que no tenía por llevar una chaqueta decente cada mañana, al salir a la busca de la vida. Hoy, Rajoy, el presidente que le habla a un país desde una pantalla como el niño encogido y arrebujado en el calor de su cama, es el presidente adecuado para estos españoles de chándal: hasta mañana no hay clase, así que podéis seguir haciendo como que todavía tenéis trece años.
El presidente monitorizado
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