La silla excremental

Me considero un hombre escéptico, o al menos así me gusta creerlo. Sin embargo hoy he interpretado una noticia como si de una señal del Universo se tratase. Paco González, el hombre del pelo transgénico, y Manolo Lama, periodista versado en el innoble arte de la indigencia intelectual, estrenarán columna próximamente en ABC. Ahora sé cómo se sintió el primer poblador del valle de Aztlán que vio un jaguar muerto en un claro de la selva durante la primera luna de 1521: el cosmos lo estaba previniendo. Siento en este momento la caricia de Tlaloc. Que estos dos patanes, paradigmas del periodismo deportivo basura que desde el ascenso de José Ramón de la Morena lleva empujando al oficio hacia un precipicio muy oscuro, lleguen ahora a una de las cabeceras de mayor solera de España, no puedo valorarlo sino como un aviso del Destino: te equivocaste de profesión, amigo. Déjalo. Cambia. Dedícate a otra cosa. Injertos González y Manolito Lama son como el Demiurgo omnisciente: están en todas partes. Son las voces en español del FIFA para la play; una gran masa de oyentes aquejados de palurdismo -no confundir con paludismo- llevan años identificándolos como la sintonía del fútbol dominguero; presentan los deportes en un telediario, ensuciaban de vez en cuando las contraportadas del AS y ahora esto. El ABC. González y Lama, Lama y González, son la exaltación de lo casposo. La única explicación del triunfo profesional de estos dos reside en la mediocridad general que, como agujero negro colosal, se ha tragado a la sociedad española desde los 90 en adelante. Al periodismo lo mataron los propios periodistas, en una suerte de desintegración muy parecida a lo que ocurría en los años 20 en las mafias norteamericanas: cuando una familia poderosa abandonaba sus dominios, el poder se evaporaba entre reyezuelos golpeándose por las migajas, hasta que finalmente no quedaba nada. La sonrisa de sabandija de estos dos detritus del periodismo profesional es la marca distintiva de un oficio moribundo cuyo virus está dentro: gente sin talento avalada por una licenciatura vacía que tiene su prepotencia gregaria y corporativa como derecho inalienable, y que no pone en práctica jamás el sano ejercicio de la duda razonable, ni se la aplican a ellos mismos, sencillamente por que no saben. Dice la leyenda que en el Medievo existía una silla excremental donde el recién electo papa era sometido a la última prueba antes de anunciar la fumata blanca: debía ser examinado por un cardenal, quien comprobaba que colgasen los esperados atributos masculinos por el agujero del indiscreto trono antes de confirmar que, efectivamente, el nuevo vicario de Cristo en la tierra era todo un machote. ABC acaba de aposentar su centenario culo en la silla excremental, y podemos certificar que, en efecto, lo que cuelgan son dos grandes mierdas. Exitosas y pestilentes.

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