Seis de cada diez jóvenes gaditanos está en el paro, lo cual no viene sino a confirmar el inevitable agujero negro que se ha tragado a la provincia quizá con mejores condiciones naturales de España. Como si de uno de esos Estados fallidos de África que asientan su infinita miseria sobre un potosí mineral explotado por rapaces extranjeros, Cádiz malvive en una zozobra endémica que ya no es sino bucle diabólico: la provincia que genera menos trabajo de la región con menos empleo del país más desempleado de la eurozona es como decir la última mierda que cagó Pilatos. El culo del mundo. Sin embargo, la desazón no se ha apoderado de este pueblo, por más que lo parezca en las melodramáticas coplas que cada año por estas fechas cantan al ombliguismo gaditano desde las tablas del Falla. Precisamente por ello: el chovinismo cutre que domina la psique colectiva de Cádiz y su provincia. Y por la droga, claro. De los 600 euros mensuales del abuelo viven hasta tres generaciones de una misma familia: la abuela administra, los hijos aportan lo que consiguen sacar con chapús esporádicos -en negro, por supuesto, para no perder el paro- y los nietos matan el tiempo rondando las playas de la provincia al acecho de cuanto fardo lleno de hachís o cocaína pueda arribar a las rocas de la orilla en las mañanas que preceden a noches de luna llena. Esas noches en las que otros hijos, y otros nietos, parados crónicos cuyos abuelos ya no pueden estirar más la pensión, cruzan el Estrecho en fuerabordas cargadas del oro negro marroquí; o ayudan a descargarlas en las playas. Tanto monta. Con el miedo acogotándoles y el tintineo de seis mil mortadelos bailándoles en el bolsillo y recordándoles que no pueden tener miedo, aunque tras la oscuridad y entre las dunas se esconda una patrulla de la Guardia Civil prestos a darles el alto. Más cornás da el hambre. A Cádiz le sobran trovadores vacíos de sus encantos y le faltan tantas otras cosas, y otra clase de hombres, que habrá que seguir esperando a la desintegración total del colchón familiar -a que vayan muriendo los abuelos, y con ellos, sus pensiones, para regocijo del ministro japonés- y a que la Justicia decida de una vez por todas meter su monstruosa tijera de acero en cuyo dorso pone Ley y en el reverso Orden en la pirámide social siciliana que estructura la provincia de Cádiz para narrar, siempre a posteriori, la decadencia de un sistema de vida decadente, en un remake español de The Wire.
El culo del mundo
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