Ingeniería social

El error más grave de la democracia española del 78 fue cederles, primero gradualmente, y luego como si fuésemos un espléndido nochérnigo sin medida, las competencias en educación a los oligarcas regionales. Por ese boquete, que ya es tan grande como el de la capa de ozono, o más, se le ha ido a España algo de mayor trascendencia si cabe que el dinero público expoliado, los recursos colectivos despilfarrados o la honra que como nación ya no tenemos: se han perdido dos generaciones de españoles. Esos jóvenes, los que ya son irrecuperables pues superando la veintena, sus almas son las de payeses y gudaris oprimidos por el fascista yugo castellano, y los que en poco más de un lustro también se sentirán así. Niños que han crecido y crecerán creyéndose parte de un pueblo reprimido por España; que llorarán la gloria propia que a su terruño le ha sido hurtada por la vil meseta, por ese ente diabólico del que emanan todos los males que es Madrid; que lamentarán el atraso en el que sus aldeas se han visto sumidas por depender de ese Estado español que es para el imaginario colectivo de esta gente un Polifemo en cuya cueva se ven presos sin remedio: ésa es la gran tragedia de nuestra democracia. Sin duda, alguno de estos pequeños productos de laboratorio alcanzarán algún día la madurez suficiente y reprocharán con dedo acusador a sus señores feudales -esos cuya satrapía se mantuvo y mantiene tanto tiempo gracias a los vapores identitarios que tantos votos dan en las elecciones autonómicas- la ingeniería social de la que ahora son conejillos de Indias. O eso quiero creer. Pero entonces será tarde para España. Ya lo es.

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