Juega hoy el Madrid en El Sadar, e ignoro si algún gobierno extranjero destina una partida de sus presupuestos generales a subvencionar la lucha constante y pertinaz de muchos españoles por demostrar que la indigencia mental también es un hecho diferencial e identitario, como sí que hace el gobierno de Mariano Rajoy con, por ejemplo, la «promoción del derecho a la educación inclusiva e intercultural a lo largo de toda la vida de las mujeres indígenas de Guatemala». 470.000 eurazos del ala, nada menos. No me lo estoy inventando: pueden ir al Boletín Oficial del Estado del 10 de enero del presente año, y comprobarlo. Por eso les decía que desconozco si alguien por ahí hace lo mismo con nosotros, aunque me temo que no, pues es del género hispano, intrínsecamente ibérico, el canalizar el saqueo de los recursos públicos -ya saben que el dinero de todos no es de nadie, y que tirar con la pólvora del rey es facilísimo- mediante fórmulas de alambicada retórica conceptual bajo las cuales úniamente anidan cuervos afines a la oligarquía cuya red de intereses creados, favores prestados y amistades oportunas, devora los fondos de un Estado cuyo sustento no corresponde al maná que cae del cielo, sino al trabajo y al esfuerzo diario de muchos españoles. Los tontos que pagan la feria.
Menos mal que hoy juega el Madrid.
Cada vez me va quedando menos del Madrid futbolístico, puramente deportivo, grupo de profesionales que compite por una serie de títulos y prestigio internacional, y con el paso del tiempo -no sé si a ustedes les ocurrirá lo mismo, aunque intuyo que sí- voy escondiendo tras el blanco de esa camiseta todos los horrores que la vida me va poniendo por delante, como si arrogándome la categoría de un Goya observador y cínico, hubiese decidido hacer del Madrid mi escudo y mi lienzo (blanco, por supuesto) tras el que protegerme y sobre el que dibujar con brochazos inexactos, desordenados, la furia caótica que me produce la irracionalidad de las cosas, del mundo, de los gobiernos, de mis congéneres. De mí mismo.
De esta manera, he convertido al Madrid en una entelequia. Más allá de los avatares cotidianos del negocio -odio eterno al fútbol moderno, ya lo saben- y de la competición, utilizo a esos once tipos vestidos de blanco como si fuesen mi propio comando: la unidad táctica de combate que el mando supremo de las fuerzas aliadas ha puesto en mis manos para tomar el trocito de Omaha Beach que me corresponde.