Resulta que el nombre de la querida del Rey acaba de salir a la palestra en las investigaciones judiciales acerca del caso de desvío de fondos del caso Urdangarín. Corinna, cuyo título nobiliario atribuyen las malas lenguas a una adjudicación aristocrática de palo que le sirviese de salvoconducto en los viajes internacionales donde acompañaba a Juan Carlos I, ha sido relacionada por Diego Torres, socio de andanzas alegales del Duque de Palma, con el Instituto Noos, entidad meollo de la cuestión.
Cristo dijo hermanos, pero no primos, debió pensar el undécimo Borbón español, cuando una vez el barco de España pareció navegar por las plácidas aguas del próspero mar de los Sargazos político-económico y social de los últimos 90, temió tener que compartir despertares hasta la senectud con Sofía de Grecia. Lo que debió prever don Juan Carlos en su relax austro-húngaro con la princesa Corinna es que quizá los avatares de la cosa pública en España no siempre iban a discurrir por el tranquilo sendero de aquellos alegres años, y algún día todo iba a ser engullido por un enorme black hole llamado primero recesión y luego sin ambages crisis.
La monarquía parlamentaria española lleva un lustro sufriendo una peligrosa decadencia estética, acelerada por el monstruo de la crisis financiera, el fantasma de la miseria que ronda cual danza macabra muchos hogares españoles, y algunos sonrojantes desvaríos de la cabeza coronada. El problema de que Corinna esté implicada en el escándalo que ya se llevó por delante (a ojos de los españoles y de la historia, que no, todavía, de la justicia) al yerno real cuya camiseta luce, honorífica y metafórica, en el techo del Palau Blaugrana, no es la sospecha de que todo este saqueo de fondos públicos pudiese estar acaso consentido por aquiesciencia real, ni el hecho mismo de que todo esto supone un flagrante delito del que la sociedad ha de ser debidamente repuesta. No. Yo voy más lejos aún. Lo que aquí se está dilucidando es si el tsunami de mierda que se avecina caerá sobre la maltrecha imagen de la monarquía en forma de descrédito y deslegitimación ciudadana no revertirá, como un vaso comunicante, en el auge de un concepto manipulado y sectario de la otra fórmula de gobierno nacional que por descarte nos queda: la República.
Es decir, Corinna puede acabar siendo un caballo de troya que abra las puertas de la rica ciudad vigía del Bósforo a una república de Llamazares, @agarzones y saltimbanquis anacrónicos, y en el peor de los casos España es el escenario perfecto -siempre lo fue- para el triunfo de las versiones desvirtuadas interesadamente de conceptos que, en el mundo civilizado, su implantación y funcionamiento no ha supuesto costes más allá de lo razonablemente requerido por la Historia.