Hay quien cree que vestirse no es importante, y que otorgarle demasiada relevancia a la ropa y a la manera de llevarla es un preocupante síntoma de frívola superficialidad. Cada vez lo creo menos. Aparte de todas las consideraciones que pueden hacerse al respecto de la educación -buena o mala, eso depende de cada uno- que uno muestra consigo mismo y para con los demás al prestar mucha o poca atención a su indumentaria, existe otro matiz no menos trascendente a propósito de esta discusión. En estos tiempos oscuros en los que la colmena se agita golpeada y estreñida por un corsé invisible pero implacable que amenaza con fagocitarnos a todos, pocas cosas nos quedan a nosotros, pobres mortales, más evidentes y más satisfactorias que una corbata apropiada, unos gemelos bonitos o unos elegantes zapatos, para reafirmarnos en nuestra identidad personal y, sobre todo, para salir a la calle afirmando el gesto. Para caminar seguros de que aunque en nuestra cartera sólo aniden pelusas,uno no olvide -todavía- que sigue siendo un hombre.
Afirmación
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