Cuando los lobos huelen el rastro de sangre en la nieve se vuelven implacables. Fieras capaces de todo por encontrar y no soltar la presa herida. Lo único que puede hacer el animal herido es moverse de un lado a otro del sendero, como el blanco de un francotirador. Un blanco móvil es mucho más difícil de abatir que uno fijo, y eso lo saben hasta los hebreos. Correr, parar, saltar, y no dejar de moverse. Quedarse parado es morir, y esa no es una opción. Cuando la masa, henchida de soberbia y ávida de cabezas, clama por lo que desde el sanedrín les están ofreciendo como salvación -o entretenimiento-, uno contempla sus convicciones con aprensión, pues sabe que sólo la integridad personal se interpone entre el torrente de irracional disparate colectivo y la verdad.
Torrente
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