Impulsos

El primer impulso del soldado es sobrevivir. En realidad, ese impulso jamás desaparece, y es conveniente que así sea. La supervivencia debe latir siempre, como un pulso perdurable y constante que mantenga vivo el miedo del guerrero, pues es el miedo el motor que activa la alerta y que impulsa al samurái a continuar su senda. A no detenerse nunca. Hay que seguir avanzando, esa es la consigna, porque en las trincheras sólo quedan rescoldos humeantes, y los hunos ya se están comiendo nuestras últimas latas de atún.

La España de diciembre de 2012 se despliega, ante los ojos del soldado que empujado por las circunstancias se ve obligado a abrirse paso machete en mano a través de la jungla como lo haría un extremeño del 1500 en busca del valle de Aztlán, como el mapa viejo y maltrecho de un siniestro campo de batalla. Quizás el símil de la aventura mexicana de Cortés no esté mal tirado. Uno sabe que a pesar de la crisis y del Mad Max que ésta presagia, detrás de esa oscura maleza a priori impenetrable, existe una ciudad hecha de oro toda ella. Y también sabe uno, que va enterándose poco a poco de cómo suena la canción, que ese El Dorado será para quien tenga el valor y la temeridad de cruzar las líneas enemigas a toda mecha, calando la bayoneta mientras aprieta los dientes y reza por que ninguna de las balas que aletean zumbando a su alrededor lleve su nombre escrito en el dorso.

Sin embargo, uno se devana los sesos buscando desesperadamente hallar la manera de saltar la banca, de encontrar la idea prodigiosa. El mecanismo mágico que nos haga de oro y con el que poder dar el gran golpe. Profundamente hundidos en el cenote de la angustia vital por buscalla pero no encontralla, nuestras vidas transcurren entre punzadas furiosas del impulso de supervivencia que nos hace abrir los ojos como platos en la oscuridad de cada noche en vela, haciendo incompatibles nuestros sueños de grandeza con las facturas sin pagar. Fastidiosa y amargamente mal avenidos con la cuenta corriente que cada día se hace más exigua y con las ilusiones idealizadas que antes de diñarla, ese mundo de fantástica placidez y segura comodidad para el que fuimos criados nos legó como única, postrera y sombría herencia

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