En una de sus tantas noches de derrota y etílica resignación en las que ambos compartían fracasos y desesperanzas, Hank Moody confesó a Charlie Runkle, acariciándole la calva, que pueden pasar muchas cosas a lo largo de un día, pero que al final, cuando llegaba la noche y el frío se apoderaba de la guarida del hombre, la soledad se hacía materia y lo más importante, absolutamente lo único que merecía la pena conquistar, y conservar, era la tierra prometida. Aquella que se esconde tras la mirada y la sonrisa de la mujer amada, la ligazón del individuo a la tierra que lo contiene y que algún día le servirá de cobijo y mortaja. Y lo cierto es que en eso, como en otras tantas cosas, la versión moderna y tragicómica de Tántalo también tenía razón: cuando cierras los ojos, lo único que importa es ella. La donna della mia vita.
Me ha encantado esta entrada. Qué bueno es ver a un hombre genuinamente enamorado. Grandioso.